Los X
Por: Sebastián Ohem
Mi nombre es Andrés Cab, pero me
dicen Lucky. La primera razón por la que me dicen así es porque sólo fumo Lucky
Strike. La segunda razón, bueno la segunda razón es más difícil de explicar y
tiene que ver con el significado de la palabra Lucky, que en inglés quiere
decir suertudo. A primera vista no tengo
nada de suertudo, estoy yendo a ese mundo familiar de la mediocridad absoluta y, lo que es peor,
voy a toda velocidad. Me gradué a mis 23, técnicamente soy contador, pero como
muchos mexicanos, trabajo en cualquier otra cosa. Soy dependiente de una tienda
de ropa en la García
Ginerés. No es feo el lugar, pero nadie viene y es un trabajo
aburridísimo. Vivía con mis papás hasta que papá murió y mi mamá se mudó con su
hermana en Campeche. No quise acompañarla y me quedé con la casa. Un pequeño
nido de ratas en el fraccionamiento Montejo. Hasta aquí uno se preguntaría,
¿porqué el mote de suertudo, a no ser como una forma cínica de hacer evidente
lo que ya es obvio? Me dicen Lucky porque cada vez que tiro un volado cae en
águila. En los cómics la gente con habilidades fuera de lo común pueden escalar
por las paredes, volar, tener súper fuerza, esa clase de cosas. Aunque también
son guapos, tienen relaciones amorosas complicadas con bellas mujeres, son
fornidos y visten en spandex. Tengo sobre peso y, aún cuando no soy
extraordinariamente feo, ya con una peculiaridad es suficiente, no soy
particularmente guapo. Si me vieran caminando por la calle jamás me
reconocerían. Mi cara es la de millones de anónimos, mi trabajo es el de miles
de empleados de servicios que se levantan deprimidos cada mañana y pasan ocho
horas fingiendo que su cordura no se está erosionando con cada nauseabundo
segundo que pasa. Pero eso sí, denme una moneda y seguro cae en águila.
Moneda, mano, lanzamiento, la
moneda gira, y gira, y gira, cae en mi mano, descubro mis dedos y, como
siempre, es águila. ¿Cuáles son las probabilidades de que eso pase? Si apostara
que en mil volados la mitad de las veces saldrá águila es de una en cinco mil,
para que todas las veces sea águila sería cinco mil más cincuenta mil ceros. Ni
qué decir de un millón. No sé cuántas veces lo he hecho, pero han sido
muchísimas. Tenía que pasar, eso es seguro. Tenía que ocurrir tarde o temprano,
pues las probabilidades no son obligatorias. Si pusiéramos a un chimpancé a
escribir en una computadora, jamás escribiría el himno nacional, ¿pero y si
tuviera infinito tiempo? Por más remotas que sean las posibilidades, tendría
que pasar. Ese soy yo, el chimpancé del destino. Soy el residuo de las fórmulas
matemáticas que sostienen al Universo. Soy esa rebaba que se encuentra en
productos de plástico, sobrantes de la fábrica, errores azarosos.
Debo admitir, estoy mintiendo.
No siempre ha sido águila, en ocasiones descubro mis dedos y estoy contemplando
el otro lado de la moneda. Eso me ha salvado la vida, por eso soy Lucky. He
aprendido a escuchar la moneda, cuando cae en sol hay algo mal, si hago una
respuesta de sí o de no, la moneda tira primero sol y después la cara
correspondiente a la respuesta, águila para sí y sol para no. No responde
cualquier pregunta, ni en cualquier momento. Al principio pensé que era una
moneda en particular, pero después me di cuenta que no es una moneda mágica,
aunque la uso como dije en mi cuello, ni yo soy mágico, sino que se trata del
destino. El destino, como todo en esta vida, no es tan rígido como se cree. Lo
que sí es, es interesante. He conocido gente inusual y he tenido experiencias
fuera de lo común, pero ésta narración no es sobre mí, sino que es acerca de
toreros feos y cobardes, un mafioso obsesionado con el grupo Magneto, un
taxista que roba sueños y un menonita bebedor y mujeriego. Pero antes de todo
ello debo comenzar por el principio, la muerte del torero Miguel “Miguelete”
Escobar.
Estaba a punto de salir de mi
casa cuando sonó el teléfono. Era Juan Ricardo Escobar, amigo cercano de la
secundaria y prepa, sonaba preocupado y lloraba. Me rogó que pasara a verlo a
él y a su mamá, estaban en la plaza de toros. Habían asesinado a su hermano y
él era el único sospechoso. Sandra me apuró para irnos, pero le rogué que se
fuera en camión y me cubriera en la tienda. Sandra es mi prima, una chica emo
que, cuando no se deprime por una canción, vive de fiesta en fiesta con sus
amigotes. Las demás chicas de su escuela la detestan y le dicen la chica X,
porque es X en la vida. La soborné con que la llevaría a cualquier fiesta que
me pidiera en el fin de semana. Tuve un presentimiento en la puerta, busqué una
moneda en mis bolsillos e hice la prueba, cayó sol. Lo intenté de nuevo y ahí
estaba, el número 5 brillando al sol. Decidí probar con la pregunta más
importante “¿me voy a morir hoy?”, cayó en sol, lo cual quiere decir que aceptó
mi pregunta, la lancé de nuevo, águila en sí y el número 5 para no. Cayó
águila. Un hueco en mi estómago me obligó a apoyarme contra la puerta. Quise
probar si podía preguntar algo más y la moneda aceptó, traté varias preguntas y
todas fueron negadas. Finalmente, “¿lo puedo evitar?” Sí. La siguiente pregunta
era la obvia “¿debo ayudar a Juan Ricardo?” Sí. Pensé en quedarme en casa y
meterme a dormir, alejarme del peligro, pero era mi destino.
La plaza estaba infestada de
patrullas. Había aceptado mi destino, pero eso no quería decir que no estuviera
nervioso. Juan me vio llegar y me hizo pasar, empujando periodistas, curiosos y
algunos policías. Su mamá había tenido un ataque de asma y la estaban tratando
en la ambulancia. Un patrullero me agarró del brazo para sacarme del área
acordonada, pero Juan dijo que éramos primos. Juan no había cambiado mucho,
flaco pero de músculos definidos, nariz gorda, pelirrojo, con marcas de granos
en el rostro y dos ojos saltones que me subieron el ánimo, en comparación yo no
era tan feo. Su mamá, una señora de apariencia férrea, aunque totalmente ciega,
le aseguró a los paramédicos que ya la podían dejar ir, quería tener privacidad
para hablar con nosotros.
Sentamos a la viuda Escobar con
mucha dificultad y, cuando se acomodó, me tomó del brazo y con una fuerza que
no pensé que tuviera, me jaló hasta que su débil voz podía ser oída. Me habló
de su hijito Juan, un torero cobarde que salía al ruedo casi como una broma,
pero que se sentía obligado a hacerlo debido a la fama de su hermano mayor.
Miguel era el Manolete de Yucatán, por lo que le llamaron Miguelete, mientras
que a Juan le pusieron Juanete. Aún así, en su corazón Juanete era su hijo
favorito, pues nunca la había dejado sola. Si metían a su hijo a la cárcel lo
perdería todo. Traté de explicarle que necesitaba un investigador privado, pero
ella había oído de mí cuando Juanete le leía el diario. Era un simple
dependiente de tienda que había salido en el diario un fin de semana de pocas
noticias, pero para ella yo era su ángel. Me admiraba por el modo en que había
tratado a aquella familia campechana hacía tiempo y, pensaba ella, mi corazón
haría que la verdad se descubriera y su hijo favorito quedara fuera de toda
sospecha.
- Si mi Juan
va a juicio, yo gastaré todo lo que mi marido me dejó para abogados, usted lo
sabe. Le daré treinta mil pesos si ayuda a mi Juanete. Los policías lo ven con
hambre, soy ciega pero no tonta, cuando le hacen preguntas sólo quieren saber
cómo meterle el muerto y encerrarlo. Miguel era una celebridad, y mientras más
rápido metan a alguien a prisión, mejor para ellos.
- Haré todo
lo que esté en mis manos.- Me soltó y ésta vez fui yo quien se aferró. Acerqué
a Juan hacia la entrada y, cuando los policías no veían, nos escabullimos.-
Dime todo lo que tenga que saber Juan. ¿Qué ocurrió?
- Miguel y yo
estábamos discutiendo.
- ¿Dónde y
cuándo?- Había visto suficientes series de detectives como para saber lo
básico.
- En el
cuarto del torero, está en el segundo piso. Ahí se cambiaba mi hermano.
- ¿Qué
discutieron y a qué hora?
- Yo entré a
las ocho de la mañana, discutimos y salí diez minutos después, el conserje me
vio.
- No, no, ¿de
qué discutieron, te robó tu novia, le bajaste a la suya, eres gay y te
descubrió?
- No, nada de
eso. Es que él no quería que saliera hoy en la función, salgo con los payasos y
me dan una vaquilla. Él… se avergonzaba de mí. Dijo que yo le quitaba brillo,
que la gente se burlaría de él. Salí de la habitación, el conserje me vio. Se
llama Hernando Bucal. Nos vio a los dos. Antes de que terminara de bajar la
escalera se escuchó un tiro. Regresé corriendo pero la puerta estaba cerrada
con llave.
- ¿Tu hermano
la cerró?
-Sí, fue él.
Estaba cerrada por dentro, el conserje no podía abrirla.
- Mira, yo no
sé nada de toros, y la verdad es que ni siquiera soy detective ni nada. Esto es
cosa de policías, yo no soy nadie. Éramos amigos en la prepa porque éramos del
grupo de los tetos, no sé qué decirte para…
- Andrés,
mírame.- Su rostro estaba serio y su quijada temblaba de furia.- Yo no iré a
prisión, no hay manera de que eso pase. Tú te asegurarás de encontrar a la
persona culpable o, lo juro por Dios, mi mamá te llamará diario para amenazarte
y haré hasta lo imposible por arruinarte la vida. Mi mamá puede usar ese dinero
en otras cosas, como gente para arrancarte las piernas.
- ¿Me estás
amenazando?
- ¿Tú qué
crees?- Era una parte de él que no conocía, pero era entendible, estaba
aterrado.- Esto es serio, ¿por dónde vas a empezar?
- Muy bien,
muy bien, déjame pensar… ¿Tu mamá dijo que tu hermano era famoso?
- Miguelete,
tuvo un buen ruedo aquí hace tres años, ovación y oreja con un toro del Real de
Saltillo. Se fue de gira por la península, se hizo famoso como el Manolete del
sureste, luego de aquí se va, o iba, al DF.
- ¿Qué hay de
su rutina, qué hizo ayer y hoy?
- Llegó ayer
en camión, su novia me dijo que desde Chemax.
- ¿Cómo se
llama la novia?- Me pasó el número y dirección desde su celular.
- Silvia
Manzur, no la conozco mucho, pero la verdad no conocí mucho a mi hermano. Mira,
ahí está el conserje.- Hernando Bucal era un anciano chaparro y lento. Juan lo
convenció de que me llevara al lugar del crimen y el viejo, con su paciencia
habitual, tardó en ser convencido. Finalmente estuvo de acuerdo, cien pesos
después, y me fue llevando desde los pasillos.
- Sí, yo los
vi. Salió Juanete, yo estaba trapeando ahí nomás, y cuando abrió la puerta vi a
su hermano, el Miguelete. Ese sí que es torero, no lo he visto nunca, pero
dicen que es muy bueno.
- Todo eso es
fascinante, ¿había otra manera de
entrar?
- ¿Otra
puerta? No, ninguna otra. No señor, una puerta para una habitación, otra puerta
para otra habitación.- Parecía que se le iban las cabras. Tardamos poco menos
de cinco minutos en una escalera que debía tomar unos segundos, pero el
conserje siguió hablando.- Tiene ventana, eso sí, pero no se puede escalar desde
el lado de la calle.
- ¿Tiene otra
ventana o sostienen la misma política que con las puertas?
- No, yo no
me meto en política. En ventanas tampoco, pero tiene dos. La otra da al
interior.- Policías en la entrada. Nos quedamos en las escaleras.- Hay un
mueble debajo de esa ventana, pero es muy frágil, tiene 200 años. Se caería en
pedazos si alguien lo escala.
- ¿Quién más
estaba en la arena ésta mañana?
- Sacaron a
las vaquillas a caminar, estaban los veterinarios, la persona que
impermeabiliza el techo para la nueva temporada, estaban colocando las cámaras
de televisión y nada más.
- Nada más.
Cincuenta personas, pero nada más. Gracias por la ayuda.
Necesitaría ayuda, eso era
seguro. No podía hacerlo sin ayuda, pero no tengo amigos. Los pocos amigos que
tengo son como Juan, amenazándome de hacerme la vida imposible. Vaya amigos, o
sales treinta mil pesos más rico, o sales muerto. Mi moneda parecía tener
razón. Sandra fue fácil de convencer, en cuanto le dije sobre el dinero estaba
apuntada. Tenía que ver a Celia Ruiz, “mujer mañana”. Manejé hasta el centro,
donde en un departamentito cerca del Olimpo Celia pasaba sus días leyendo y
regando flores. Es alta y esbelta, excéntrica en sus gustos, se maquilla chapas
de muñeca en su tez blanca bronceada. Lo admito, me gusta desde que la conocí,
no hace mucho, y le ayudé con algunos de sus problemas. Celia estuvo en un
accidente y perdió su memoria, aunque recuerda cosas como encender el televisor
o hacer malabarismos no recuerda nada de su vida. Tiene algunos recuerdos, pero
no son de su pasado, sino de su futuro. Muchas veces no son cosas coherentes,
pero sí olores, lugares o sonidos que, al principio creía formaban parte de su
pasado, pero conforme investigaba sobre su accidente, se fue dando cuenta que
eran parte de su futuro.
- Parece muy
peligroso.- Dijo, cuando terminé de explicarle el asunto.- ¿Estás seguro que
quieres hacer esto?
- Eso
depende, ¿puedo contar contigo?
- Siempre.-
Mariposas en el estómago.- Es raro.
- ¿Qué cosa?
- Ésta mañana
me levanté, no sé cómo decirlo…
- ¿Despierta?
- Ja ja, muy
gracioso. Iba a decir que me sentía rara, creo que recuerdo algo. Es como tener
algo en la punta de la lengua, o en la esquina de tu mente, casi lo puedo
tocar.
- ¿Qué es?-
Recordé la amenaza de la moneda, hoy podía morir, y mi ánimo se vino abajo.
- Recuerdo
mosaicos blancos en una pared, como un baño. Creo que hay música, pero no puedo
ubicarla. Recuerdo un tapete color azul turquesa, un poco sucio y con un par de
zapatos de tacón. También soñé que estaba en el Fiesta Americana y un hombre
gordo que sudaba mucho. Hacía tiempo que no recordaba nada, ¿crees que sea algo
bueno?
-Puede ser.
- No suenas
muy convencido, ¿qué ocurrió con tu eterno optimismo? Siempre estabas tan
seguro del destino y esas cosas.
- No es nada,
es una de esas cosas raras cuando sólo puedes seguir un camino y sientes esa
libertad y a la vez eso terrible que te espera un poco más adelante…- Mi prima
me esperaba a dos cuadras, pero preferí estacionarme antes para que ella no me
escuchara, y porque yo atesoro esos momentos con Celia.- Cuando tenía catorce
todo el salón se iba a ir de pinta. Yo no era de los populares, de hecho mi
único amigo era Juan Ricardo. No podía ir a la escuela, porque entonces mis
compañeros me agarrarían a golpes al día siguiente.
- Ya te
entiendo, sabes que está mal pero no puedes evitarlo. ¿Por qué no fingiste
enfermedad?
- Porque a mi
mamá no le importaba, me mandaba enfermo. Contagiaba hasta a los maestros y por
más que le pedían a mi mamá que me dejara en casa, no lo hacía.
- ¿Y qué
hiciste?- Sandra nos vio y se acercó caminando.
- Mi mamá me
dejó y no entré a la escuela, me fui con los del grupo. Juan y yo les
acompañamos a un billar y, cuando se fueron a casa de uno de ellos, nos dejaron
ahí. La sensación de irme de pinta, pero al mismo tiempo saber que toda esa
libertad, lejos de la escuela y de mi mamá, inexorablemente me llevará a algo
peor.
- ¿No se
divirtieron Juan y tú?
- Mamá nos
vio caminando en la calle.- Sandra entró furiosa de haberla hecho caminar dos
cuadras al sol, pero cuando se tranquilizó, saludó a Celia y hasta parecía una
persona decente.
- El jefe te
quiere despedir por haber faltado hoy. Se dio cuenta que yo brincaba de una
tienda a otra. No está muy feliz conmigo tomándome el resto del día para acompañarte
a hacer lo que sea que quieras hacer.
- Olvídate de
él, si conseguimos el dinero no lo necesitaremos.
- Ajá.- No
creyó mi arranque de independencia.- Te quiere mañana temprano.
- Allí
estaré.
- Eso
pensaba, ¿cuál es el plan líder indomable?
- La novia de
Miguelete. Silvia Manzur.
El plan era sencillo, Celia y yo
fingiríamos que somos reporteros. Obstáculo, estoy vestido de jeans y playera
del Cruz Azul. Solución, tengo una camisa en la cajuela, por razones que no
recuerdo. Manzur tenía su casa en la México Norte, una linda residencia de un
piso con amplio jardín frontal. La chica X se quedó en el auto, sus
perforaciones en el labio y cejas no eran apropiadas, además que me gustaba más
la idea de estar a solas con Celia. La mujer mañana era una actriz talentosa,
le vendió la mentira con completa naturalidad. Silvia, una mujer bonita,
esbelta y muy blanca de ojos azules, nos permitió entrar hasta la puerta de la
casa.
- Yo sé lo
que han escuchado, Miguelete el prodigio de la tauromaquia.
- ¿No era tan
talentoso?
- Entre tú y
yo, y esto no lo publican, era bastante mediocre.
- No lo
entiendo, ¿no era un Manolete del sureste?
- Ésa sí que
es buena.- Se rió un buen rato hasta que sacó sus cigarros de su bolso y se
arregló la falda entallada, aunque negra por luto.- El único Manolete es su
representante, Pavel Moguel. Ese hombre obra milagros. ¿Porqué creen que sólo
se presenta una sola vez en cada pueblo? Pavel lo hace ir de un lugar a otro,
para darle difusión, eso enmascara su falta de talento. Fue terrible tener que
seguirlo de un lado a otro, como si yo fuera su perro faldero.
- ¿Cuándo
llegaron a Mérida?
- Yo llegué
hace dos días. Me pidió viajar solo de su última presentación en Chemax, y yo
le hice caso.
- ¿Estaba con
él cuando murió?- Cuando noté su mirada enojada traté de suavizar la pregunta.-
¿cómo se enteró?
- Por
supuesto que no estaba con él, ¿no les han dicho nada? Murió a puerta cerrada,
según el conserje no entró nadie, a excepción del perdedor de su hermanito,
Juanete le dicen. Yo estaba con Pavel, discutíamos sobre los pósters
promocionales en la zona de prensa, mientras los camarógrafos preparaban sus
cámaras. ¿No me tomarán fotografía?
- No, nuestro
compañero no llegó.
- Que
desperdicio, pensé que mínimo sacaría mi foto en el diario. Así era Miguel,
egocéntrico por completo.- Se arregló el sensual vestido negro y miró el
reloj.- Si me disculpan tengo que atender el velorio y soportar a mi suegra…
Ahora que lo pienso la harpía ya no es mi suegra, así que no tengo porqué
soportarla.
- Gracias por
su tiempo.- Nos acercamos al auto y nos quedamos apoyados contra él, mientras
Sandra salía a fumarse un cigarro y la acompañé.
- ¿Qué
aprendieron?
- Nada, no sé
que estoy haciendo.- Celia se apoyó en mi hombro y me consoló. Disfruté el
breve momento hasta que tuve la familiar sensación en el estómago.- Tengo un
presentimiento.
Le pregunté a la moneda si debía
irme, se negó y Sandra sugirió entrar a la casa y la moneda aceptó. Celia no
quería al principio, pero se dio cuenta que no podía convencernos cuando Sandra
cruzó el jardín por el lado, se brincó la cerca y, metiendo la mano por una
ventana rota, abrió la puerta. No sabíamos por dónde empezar, pero fuimos
cuidadosos de no mover las cosas de lugar y estar en silencio.
- Lucky, ven
a ver esto.- Celia encontró el tapete que recordaba.- El modo en que lo recordé
era viendo desde el suelo.
- Pues
adelante.- Se inclinó en el suelo, encontró el par de zapatos de tacón y debajo
de la cama, entre unas bolsas que contenían sábanas, una caja de zapatos con
una rosa blanca encima.
- Dudo que la
rosa sea de su novio.- Abrió la caja y encontramos varias bolsitas repletas de
pastillas.- Deben haber miles de pastillas.
- Y mira
estos fajos de dinero.- Tres fajos gordos de billetes de cien y doscientos.-
Esto se está poniendo peligroso Lucky.
- Miren lo
que encontré.- Sandra entró con una cámara digital, pero de inmediato se quedó
hipnotizada por la caja de pastillas, fajos de dinero y una rosa blanca.- Esas
son tachas, y no de las baratas.
- No toques
eso.- Levantó una de las pastillas, color roja con la imagen tallada del Hombre
araña.
- A estas
tachas las he visto antes, no que yo use esas cosas…- Se apenó por haberlo
dicho, pero Celia tuvo tacto para insistirle.- No sé dónde, o no me acuerdo.
- Quizás esto
ayude.- Celia tomó la cámara digital y fuimos siguiendo las fotos. No sabía qué
esperar, una persona con el letrero “yo soy culpable”, pero en cuanto llegamos
a sus fotos de después de despedirse de Miguelete, encontramos algo
interesante.- Definitivamente tiene un amante, y seguro es el de las tachas.
- Lo he visto
antes.- Dijo Sandra, apuntando a un hombre moreno con cara de caballo y pelo
rizado. Había al menos diez fotos de los dos besándose y retozando en la
habitación.- Es más, creo que sé quién lo podría conocer. Que me acuerde es
algo así como el rey del éxtasis, o era cuando yo… Tenía conocidos que hacían
tachas.
- ¿Crees que
podrías ir con tus amigos y averiguar quién es?
- Sí, pero
ésta vez me llevo el auto. Me la debes, yo soy la que falsifica las cartas de
la Universidad para tu mamá.
- ¿Qué
cartas?
- ¿No te
dijo, Celia?- Le puse las llaves en la mano y la fui empujando fuera de la
casa.
- Háblame al
cel cuando tengas algo.- Celia quería saber más, así que me di por vencido y le
expliqué mientras buscábamos un taxi.- Mi mamá cree que estoy en un diplomado
de la universidad, y como la chica X es buenísima para falsificar cosas, ella
crea la ilusión.
- Vaya, no
conocía tu lado salvaje, hay más sobre ti de lo que parece a primera vista.- Mi
corazón dio un vuelco. Un taxista se detuvo y subimos al taxi, yo moría por
continuar la conversación.
- Vamos a
comer, ¿tienes hambre?
- Sí, me
muero. A donde tú digas Lucky, confío en ti.
- No traigo
mucho dinero, pero te puedo invitar algo del macdonalds.- El taxista nos miraba
por el espejo retrovisor y manejaba en silencio, pero en cada alto se mordía
las uñas mientras observaba a Celia.
- ¿Qué otro
acto sumamente ilegal cometes? Falsificas papeles de la universidad, entras a
casas para espiar a la gente, eres todo un chico malo.- Me esforzaba por decir
algo que la impresionara, pero estaba nervioso, en parte porque me gusta y en
parte por el taxista que no dejaba de mirarla.
- A veces,
cuando el jefe no está, uso la computadora para descargar películas y clavo
lápices en el techo de unicel.
- Malo como
el agua de charco.- El taxista estaba dándole vueltas a la manzana, no quería
detenerse.- ¿Alguna vez te has peleado con alguien? Me refiero de lanzarte con
los puños como una bestia.
- No, pero
estoy a punto. ¿Cuánto tiempo más nos vas a cobrar?- La licencia del taxista
decía Rodrigo Salazar, robusto y grandote como un oso, pero con una mirada
infantil.
-
Discúlpenme, pero es que trataba de recordar si los había visto antes.
- No, nos
habías visto, ¿ya puedes frenar?
- Esto va a
sonar extraño, pero he soñado con los dos.
- Tienes
razón, sí suena extraño. Bájanos por favor.- Celia estaba asustada y algo
enojada. Rodrigo se orilló y se dio vuelta.
- Soñé que
estabas en un auto en la carretera, era un Audi e ibas con más gente.- Celia me
detuvo agarrándome del brazo y se acercó más a Rodrigo.
- ¿Qué más?
- Llevabas un
vestido azul y varios girasoles apoyados
en tus piernas.- Le costó trabajo ordenar sus ideas y, cuando lo hizo, salieron
como una catarata.- Nunca sueño conmigo mismo, siempre son personas que no
conozco. Hasta hoy siempre había pensado que esa gente no existía, pero estoy
seguro que había soñado con ustedes.
- ¿Estás
seguro que éramos nosotros?
- Cuando soñé
contigo estabas en una juguetería, buscando esos juguetes de “bola ocho”, los
que agitas y te dan una respuesta. Agitabas uno y lo tirabas, tomabas otro y
hacías lo mismo.
- Me
corrieron de la tienda ese día.
- Por una
guardia con nariz de gancho y largo pelo rizado.- Era tan exacto que asustaba.
Celia lo invitó a comer con
nosotros, quería saber más. Estaba segura que ese era el auto de su accidente,
ahora sabía que era un Audi. Mientras comíamos iba apuntando todo lo que
Rodrigo recordaba, el número de pasajeros, 5 de ellos, cómo iban vestidos, cómo
era la carretera, todo eso. Con esta nueva información estaría más cerca de la
verdad, más cerca de su pasado. Rodrigo estaba encantado de ayudarla, nos
platicó un poco de su vida, era egresado de literatura que necesitaba un empleo
seguro. Sus papás le decían Orfo, por Orfeo dios del sueño, pues desde que era
pequeño soñaba cosas extrañas. Celia lo invitó a que nos ayudara, había 30 mil
pesos que serían divididos por partes iguales entre nosotros cuatro. Aceptó,
aunque sospeché que lo hacía por Celia.
- No sé qué
decirles, me refiero a que no soy muy bueno con la gente, soy tímido, nunca he
entrevistado personas y, me imagino, jugar a los detectives debe ser algo
peligroso.
- ¿Sabes cómo
funcionan tus sueños? Me refiero a si sabes cómo dirigirlos.
- Bueno…- Se
quedó pensado por un tiempo, se sonrojó cuando Celia le sonrió inocentemente.-
quizás sí, pero no les van a servir, porque nunca sé dónde estoy cuando sueño.
Además, tiene que ser en un sueño muy profundo.
- Toma.- Me
quité el dije del cuello, mi primera moneda de la suerte, y le expliqué lo que
podía hacer con cualquier moneda.- Quizás te traiga suerte, o te sirva para
encontrarnos.
- Los tres
tenemos algo en común,- dijo Celia.- somos anomalías estadísticas.
Platicamos un rato más
hasta que me habló Sandra. Uno de sus
amigos reconoció al hombre de la foto. Humberto Mena, alias Humo por su hábito
de cinco churros diarios. Esas eran las mejores tachas y Humberto la mejor
conexión en conciertos y raves. Le gusta tocar los tambores africanos en la plaza
mayor y quedaron de verse allá. Mientras esperaban a que llegara, Sandra
conoció a Orfo y se enteró del cómo se habían conocido. Celia estaba muy
callada, seguía pensando en la nueva pista que había adquirido gracias a Orfo.
Podía delimitar su búsqueda a accidentes automovilísticos que involucraran un
Audi color negro. Traté de hacerle conversación, pero era inútil. Sandra
platicaba con Rodrigo feliz de la vida, la verdad es que desde el principio
congeniaron bien.
Humberto “Humo” Mena era más feo en persona que en
fotografía. Sus dientes frontales estaban chuecos y su pelo rizado no brillaba,
parecía que no se había bañado en mucho tiempo. Se quitó la camisa color vino
tinto y se quedó con su playera psicodélica cuando se sentó con los hombres del
tambor. Estuvo un rato haciendo música con ellos, y aburriendo a su auditorio,
hasta que fue reemplazado por una persona con algo más de ritmo. Celia y yo
nuevamente fingimos ser reporteros, le invité algo de comer y un par de
cervezas en la Casa de Todos si aceptaba hablar con nosotros. Tuvimos que ser
vagos, no podíamos decirle cómo nos habíamos enterado de su existencia, por lo
que sugerimos que él conocía a Miguelete, quizás como amigo, quizás como amigo
de su novia.
- ¿Están
escribiendo sobre Miguel Escobar?- Celia sacó un pequeño bloc de notas de su
bolso y preparó su pluma.- No sé nada, pero gracias por la cerveza y la comida.
- No te voy a
mentir Humberto, estamos desesperados por saber todo lo que se pueda acerca de
Miguelete. Todos los demás fueron tras su familia, pero nosotros vamos por sus
amigos y conocidos.- Puse $350 pesos en la mesa y los aceptó con gusto.
- No conocí
mucho a Miguelete, pero sí a su novia. Silvia está loca por mí, y a Miguel no
le importa, se está echando a Juliana, la esposa de su manager, aunque se
supone que nadie lo sabe.- Un nuevo factor a la ecuación, la esposa amante y el
marido celoso.- Silvia dice que no era tan bueno, yo no sé nada de toros, pero
sé que tiene un hermanito. Un perdedor que hace el ridículo, le dicen Juanete.
- ¿A qué se
dedica señor Mena?- Humo comenzó a reír, como si fuera obvio.
- ¿Para qué
quieren saber, son policías?- Nos mostró las manos, callosas y con restos de
pintura blanca.- Soy un simple pintor.
- ¿Así fue
como conoció a Silvia Manzur?
- Gracias por
la comida.- Se levantó y se fue.
- ¿Qué opinas
Lucky?
- Opino que
habría que saber qué hace y cómo. Silvia no se acuesta con él por su
personalidad, ni por su buena apariencia.
Establecimos un plan básico,
Orfo y Sandra seguirían a Humberto, nosotros iríamos a casa de Juliana Moguel
para hablar con ella. Sandra me agradeció por mensaje de texto, le gustaba
Orfo. Con la ayuda de un directorio telefónico encontramos al único Pavel
Moguel. Cuando llegamos no había nadie, por lo que nos quedamos esperando en el
auto. Mientras que trataba de pensar en algo inteligente qué decir, Sandra y
Orfo habían seguido el auto de Humberto Mena hasta la Juan Pablo II, donde
entró a una casa rodeada de casas abandonadas o parcialmente construidas.
- Suena
increíble.- Dijo Sandra.- Puedes conocer toda clase de gente.
- No es tan
fantástico como piensas, robo sueños y nada más. No me hace más inteligente, ni
más popular, ni me ayuda a encontrar un buen trabajo que pague bien y tenga que
ver con mi carrera.
- Tonterías,
te hace muy interesante. ¿Quieres un cigarro? Los robé del buró de mi primo.
- No gracias.
¿Te puedo hacer una pregunta?- Mena corrió las cortinas, luego salió a su auto
y tomó una pistola automática. Rodrigo se quedó mudo e inconscientemente se
resbaló un poco más en el asiento para que no le viera.
- Sí,
adelante.
- Perdí el
hilo, ese wey sacó un arma. Lo siento, lo que iba a preguntar era, tu primo
puede conocer su destino a veces, todavía no entiendo cómo, Celia su novia
recuerda cosas del futuro, ¿y tú?
- No es su
novia.- Sandra se rió.- No que no quiera Lucky, por él encantado de la vida,
pero ella lo ve nada más como amigo.
- Ah, ya
entiendo.- Por dentro tiraba cohetes.- ¿Y tú?, ¿qué te hace especial en esta
banda de parias sociales?
- Nada, sólo
soy X.- Dijo, con mucha gravedad en su voz. Se sentó en silencio y combatió una
lágrima.
- Perdón, no
sabía.
- No, déjalo.
Mejor vamos a esperar en silencio.
No esperaron mucho, una pickup
negra se estacionó frente a la casa. Un ranchero fornido, de botas y bigote,
salió cargando un paquete de papel periódico. Sandra les tomó fotografías desde
su celular e inmediatamente las envió al mío. Humberto salió de la casa y le
recibió el paquete, mientras el ranchero sacaba otro paquete idéntico. En el
escalón de la puerta de entrada se tropezó y, con tal de aferrarse a la pared
para no caerse, el paquete cayó al suelo. Humberto le gritó un rato, lo recogió
y entraron a la casa.
- Ahorita
vengo.- Sandra salió del auto y, escondiéndose entre autos y la parte trasera de
la pickup, corrió hacia la puerta principal, recogió un poco del contenido que
había caído del paquete y regresó corriendo.
- ¿Estás
loca? Son personas peligrosas.
- Mira, es
marihuana. Ése debe ser su contacto que le surte mota. Deberíamos llamar a mi primo.
Nos contaron lo sucedido y les
pedimos que nos vieran en la casa de los Moguel. Media hora después entró la
pareja. Antes de que pudiéramos bajar y hacer la misma rutina de la prensa, la
cochera se abrió y regresamos corriendo al auto. Pavel dejó a su esposa e
inmediatamente se fue. Por una fracción de segundo nos vimos las caras y, en lo
que nos decidíamos si debíamos seguirlo o no, ya se había esfumado. Llegaron
Orfo y Sandra y tratamos de pensar en algo.
- ¿Seguros
que no vieron nada más?
- Nada más
Lucky, lo que te dije por teléfono es todo lo que pasó. ¿Viste la fotografía
del ranchero?
- Sí, me
llegó.
- Lucky,-
dijo Orfo.- ¿hablamos con Juliana Moguel?
- ¿Qué otra
cosa podemos hacer?- En cuanto lo dijo Celia escuchamos a la puerta eléctrica
de la casa. Juliana Moguel, una mujer joven de esbelta figura, largas uñas y
cabello teñido de rojo, manejaba su Honda. Escondidos detrás del taxi de Orfo
esperamos a que se fuera.
- Tú eres el
líder de esta banda, ¿qué quieres hacer?
- ¿Y yo
porqué? Está bien, está bien. Sandra, síguela en mi auto.- Le di las llaves.-
Orfo, Celia y yo vamos a mi casa.
- ¿Para qué?
- Me quiero
cambiar y tú deberías hacer lo mismo.- Orfo se dio cuenta que vestía con una
playera del PRI y chanclas.- Te prestaré ropa. Si vamos a fingir que somos
reporteros, al menos podemos vestirnos decentemente.
- ¿Todavía
crees que te puedo ayudar? Soy un taxista, no un detective.
- No, eres
una persona capaz de ver la vida de otros mientras duerme. El espía perfecto.
En el camino al fraccionamiento
Sandra me informó que Juliana había ido al bar Buda Bambu, el bar de moda. Me
dio pena que Celia viera mi casa en el estado en el que estaba, por lo que les
dejé en la sala mientras ordenaba mi habitación lo más posible. Celia insistía
en saber más sobre las capacidades de Rodrigo, pero él insistía en que
necesitaba estar en sueño profundo, sobre todo si quería dirigir sus sueños a
una persona o lugar en especial. Le regaló su pulsera de corazoncitos, quizás
así podía estar conectada con ella y Orfo se la colocó en la muñeca derecha,
junto a mi moneda de la suerte.
- Soy mal
anfitrión, discúlpenme.- Le serví un vaso de coca a Rodrigo y a Celia.- ¿Tienen
hambre?
- Un poco,
pero puedo comprar algo en el camino, ¿iremos al Buda Bambu?
- Así
parece.- Celia caminó hacia el fregadero y quedó hipnotizada frente a los
cubiertos sin lavar.- ¿Qué sucede?
- Me parecen
conocidos… Un poco más grande, como de cocina. Sí, eso es, recuerdo una cocina.
- ¿Qué más?
- Casi lo
tengo.- Cerró los ojos y trató de concentrarse.
- Lucky,
¿ésta coca está podrida?
- No lo sé,
estaba fuera del refri, por eso sabe rara.- Celia me tomó del brazo y apretó.
- Uñas
largas, una mujer con un vestido escotado, un tatuaje de dragón en un seno. No
sé, quizás sean incoherencias.
- Lucky, ¿tienes
un baño?- Le indiqué la puerta y Rodrigo caminó dificultosamente hacia allá.
- En la
mañana recordabas un baño y algo sobre música, ahora recuerdas utensilios de
cocina y una mujer extraña. ¿A qué te suena?
- A un bar,
Buda Bambú.
- Exacto, tú
y yo vamos para allá.
- ¿Y Orfo?
- Orfo
también, pero de otra forma.- Se tiró en el sillón de la sala y se quedó
dormido.
- ¿Qué le
pasó?- Corrió hacia él, pero ya era
tarde.
- Está
dormido. Le puse algunas pastillas de Valium y Nitol que mi mamá olvidó. Estará
así por un buen rato.
- ¿Porqué no
se lo dijiste?
- Tenía miedo
que se rehusara.- Corrí a mi cuarto para cambiarme en algo un poco más
elegante, para entrar al bar más exclusivo, y vacíe mis ahorros para tener
dinero que gastar.
- ¿Tú crees
que deba cambiarme?- Preguntó Celia mientras escribía una nota para dejársela a
Orfo.
- Yo creo que
te ves hermosa.- Se me escapó. Hice hasta lo imposible para fingir que me veía
en el espejo, pero ella se lo tomó a broma.
- No creo que
me dejen entrar vestida así.- Su vestido era demasiado primaveral para el Buda
Bambú. Le mostré la ropa de mi prima y escogió un par de prendas que le
quedaban. Tardó quince minutos cambiándose, mientras yo le susurraba a Orfo
“más te vale que no estés allá adentro viéndola desnuda”.- Listo, ¿qué tal me
veo?
-
Espectacular.- La ropa le quedaba chiquita y no había tenido mucho de donde
escoger. Se vistió con una falda corta de mezclilla negra, una camisa rosa
abierta con una playera blanca con un estampado psicodélico. Tomó el saco de mi
prima y ya estaba lista. Tomé ropa de mi prima, por si la chica X quería
cambiarse y nos fuimos para allá.
- Es
gracioso, nunca he ido a un bar de gente rica, o no me acuerdo. ¿Si estaba en
un Audi rodeada de gente joven, eso quiere decir que era rica?
- Eso no
quiere decir nada, sigues siendo la misma increíble persona.
- No recordar
nada no me hace increíble, deja de darme ánimos.
- Lo digo en
serio, ¿sabes cuáles son las probabilidades de que una mujer sostenga girasoles
en Audi rodeada de gente joven en la carretera cercana a Mérida?
- ¿Alta?
-
¿Recientemente? Bajísimas, supongamos que una en cinco mil. Ahora, que esa
misma persona pierda la memoria y pueda recordar el futuro, una en un trillón.
Eso suma a una en un trillón cinco mil. Que nos hayamos conocido es una en
varios miles de trillones. Si eso no es increíble, yo no sé qué lo sea.
- Andrés, el
eterno optimista.
Sandra se arregló lo más posible
para parecer una emo con dinero y esperamos cuarenta minutos para que nos
dejaran entrar. A través de la pared de vidrio podíamos ver a Juliana bebiendo
a solas, de vez en cuando hablando con el mesero con el rostro rojo de ira. El
rancherote que Sandra había visto también estaba en la barra y, cuando nos
dejaron pasar, la chica X tuvo una idea. Se acercó al cantinero y, señalando al
ranchero, le preguntó su nombre, alegando que le había chocado el auto con una
pickup negra que andaba sin luces.
- Ese es
Norberto Barrios, y si te chocó el auto déjalo así. No puedes hacer enojar a
uno de los amigos del Magneto.- Como agradecimiento le pagó un Martini,
despidiéndose de sus últimos doscientos pesos.
- ¿Escuchaste
eso?
- Sí y creo
saber a quién se refiere.- Juliana hablaba con un hombre, no mayor de treinta,
moreno y fornido con mirada amenazante. Vestía de chamarra de cuero y portaba
una cicatriz en el pómulo izquierdo.
- Habría que
escucharlos.
- Sandra,
espera.- Era demasiado tarde, fui tras ella junto con Celia y nos acomodamos
alrededor de una columna, como si fuésemos parte del grupo que había invadido
los cómodos sillones negros.
- No tengo
humor para niñas bien como tú, así que te lo diré una última vez. Yo no maté a
tu noviecito. Pasé toda la mañana, junto con mi gente, compareciendo en la PGR
en un caso de tráfico de estupefacientes.- Juliana lo miró distinto, ahora
tenía más miedo que rabia.- Además, a mí me valen los toros y los toreros, sólo
trato con tu maridito. ¿Te acuerdas de él? Es el idiota con el que te casaste.
- No diga
eso.- Magneto le levantó la mano pero se calmó.
- Controlo
este bar sin ser su dueño, -Alzó la mano y tronó sus dedos y la música lounge
cambió a un disco de Magneto con la canción de “Que sensación”.- y así controlo
lo que me venga en gana niñita. Ahora regresa a tu vida cotidiana, a tu marido,
a tu camioneta y miércoles de Plaza en la Comercial, porque este mundo es
peligroso, comer o ser comido.
Juliana le hizo caso y se fue.
Yo estaba listo para hacerle caso también, pero recordé las amenazas del torero
cobarde y su madre ciega y agresiva. Celia corrió al baño, era tal como lo
había recordado. La música pasó de Magneto a música Lounge nuevamente y la
identificó en su deja vu. No sabía qué era lo que debía hacer, por lo que
caminó de un lugar a otro, hasta que la puerta se abrió, se escondió en un
cubículo y escuchó su conversación.
- La dragona
paga bien, pero trabaja para Magneto, no olvides.- Por el minúsculo espacio de
la puerta podía ver a Silvia Manzur y a otra mujer, ambas vestían sensualmente,
casi vulgares. Por la conversación se dio cuenta que la desconocida era prostituta.-
Yo le puedo decir Magneto, tú le dices Julio o señor Puk.
- ¿Porqué le
dicen Magneto?
- ¿No
escuchaste la canción ochentera de hace un rato? Le encanta Magneto, no
preguntes porqué. Lo único que tienes que saber es que si no haces lo que te
diga, te va a matar.
- ¿Y cuándo
veo a la dragona?
- Tú no la
ves, no aún. Magneto tiene que preguntarle si te puede adoptar o no. Lo que tú
pides es muy particular, así que ella no te conocerá hoy, no te confía.
- Pero pensé
que me llevarías a verla
- No, hoy le
muestro las chicas nuevas, que deben estar por llegar. Ni yo las conozco, pero
no tienen condiciones como tú.- Terminaron de asearse y, antes de salir, la
desconocida la tomó de las manos y le sonrió.- No te preocupes, si Magneto te
recomienda entonces estás adentro, pero de todas formas yo insistiré.
Mientras que la mujer mañana
espiaba en el baño Sandra y yo seguíamos a Pavel Moguel. Había estado escondido
todo el tiempo que su esposa hablaba con Magneto y, en cuanto se fue, trató de
hablar con él, pero el ranchero, Norberto Barrios, no le permitió entrar a la
cocina. Humo estaba conectado a Magneto, eso era seguro, pero aún quedaba por
ver qué clase de relación había con Silvia Manzur y la relación de ésta con
Magneto, o la madame conocida como la dragona. Magneto salió de la cocina y con
la palma de la mano contra su rostro, empujó a Pavel contra la pared. Cruzó la
barra hacia una puerta que conducía al segundo piso. Era imposible para
nosotros seguirle la pista, pero mi plan había funcionado. Orfo nos había
encontrado mediante mi pendiente con mi moneda de la suerte y la pulsera de
Celia.
Nunca había intentado algo
semejante, pero se esforzó lo más posible por seguir a Magneto a través de las
escaleras. Normalmente sus sueños eran aburridos, cosas comunes por personas
comunes sin control alguno sobre la dirección. Estaba acostumbrado a ser un
espectador en sus sueños, y ahora que era una parte activa sus visiones se
unían a los destellos de su inconsciente. El piso estaba hecho de luces, como
las imágenes rápidas de los autos en una avenida, rayas doradas de un lado y,
del carril contrario, luces rojas. El techo era una fotografía de una banqueta
y, de vez en cuando, pasaba una escuela de coloridos peces tropicales. Era una
visión surreal y, lo que no formaba parte de su inconsciente también era
surreal. Magneto, el mafioso obsesionado por los ochentas, hablaba con una
mujer en un vestido entallado y escotado conocida como la dragona. Su verdadero
nombre era Rocío Chí May, pero su cuantioso maquillaje, uñas largas como dedos
de acrílico y su tatuaje de un dragón chino en el seno derecho le habían ganado
el mote de la dragona.
- Las chicas
nuevas estarán por llegar, y hablé con Silvia Manzur.- Magneto se sentó en uno
de los sillones la sala privada y tomó su fotografía autografiada por los
integrantes de Magneto, de la época del álbum “Más”.
- ¿Quién es
ella?- La dragona se pintaba las uñas con calma mientras miraba su telenovela
en un televisor portátil.
- La novia
del Miguelete. Está interesada en conocer hombres ricos, de preferencia
casados, porque dice que son más fáciles de complacer. La verdad es que no se
qué pensar de ella, creo que quiere chantajearlos.
- No sería la
primera, pero la puedo guardar bajo mi ala. Hablaré con ella más en la noche, quiero
ponerles reglas a las nuevas chicas.
- Hablando de
reglas, nada de tus profesionales aquí, usa el Aqua para eso.
- No me digas
cómo hacer mi trabajo Puk.
- Tienes
razón, tú empezaste a prostituirte cuando aún no llegaban los españoles, así
que sabes más que yo.- Magneto dejó la foto en su lugar y se levantó de un
brinco, acercándose amenazadoramente sobre el escritorio donde se pintaba las
uñas.- Mírame a los ojos, ¿mataste a Miguelete?
- No, claro
que no. A esas horas de la mañana estaba en la cocina discutiendo con el
contador, creo que nos está robando dinero.
- Le daré una
lección, no te preocupes.
- ¿Qué hay de
ti Puk?, ¿mataste a Miguelete?
- No, eso
sería mal negocio. Tenía a gente apalabrada para la corrida de hoy, apuestas de
miles de dólares. Primero pierdo las metanfetaminas de la corrida de Chetumal y
ahora ese estúpido se muere, me están dejando en limpio.
- Entonces
tienes suerte de que aceptara tu oferta de hacernos socios, soy la que más
dinero pone en la mesa.
- A veces el
dinero no es suficiente.- Pateó el escritorio y todas las pinturas se
volcaron.- Juanete anda tras sangre, vi a su mamá en televisión haciendo toda
clase de amenazas.
- ¿Y qué, él
es tu problema?
- Es un
desagradecido, luego de todo el dinero que ha hecho a mis expensas. Supongo que
la gente olvida los favores que debe en momentos como éste, como Pavel Moguel,
ese es tú problema, ¿no es cierto?
- Cuidado
Puk, si tratas de insinuar que soy suave con él…- Magneto, rojo de furia, lanzó
su televisor portátil contra la pared, sacó su navaja de bolsillo y la clavó
contra la mesa a centímetros de sus dedos.
- Ayudaste a
Pavel con el músico maricón y el dinero que le exprimes debe ser de ambos. Hace
más de un mes que yo no veo un centavo, eso quiere decir una de dos cosas, o bien
te está mintiendo, o bien me estás mintiendo. Está allá afuera, presiónalo
antes de que él empiece a presionarte a ti. ¿Entendiste?
- Sí,
entiendo.- Su actitud había cambiado, había visto el verdadero rostro de
Magneto, el niño de la calle que con violencia y ejecuciones se había hecho de
un pedacito de Mérida.
Orfo trató de concentrarse, pero
las escuelas de peces se volvían cada vez más numerosas y, cuando Magneto abrió
la puerta para que Pavel pudiera pasar, una poderosa luz blanca lo inundó todo.
Magneto bajó de mal humor y el hombre de la barra pidió hablar con él.
Estábamos demasiado lejos para escucharlo, pero apuntó hacia Sandra. Busqué a
Celia para irnos, Sandra estaba detrás de mí mirando sobre sus hombros para
vigilar a dos sujetos enormes que nos perseguían. Otro guardia más nos cerró el
paso y nos sacaron del bar a empujones, por la puerta de atrás. En la cocina
los tres gorilas nos explicaron que era una fiesta privada y nos querían fuera,
aceptamos de buena gana y sólo el último de los gorilas se quedó. Era la cocina
que Celia recordaba y eso la asustó aún más. El gorila de camisa azul que nos
escoltaba se detuvo en la puerta para ver cómo dos de sus amigos le daban una
paliza a un muchacho rubio y alto que gemía de dolor.
- ¿Ven eso?-
Agarró a Sandra del hombro y nos mostró la terrible escena.- A este menonita se
le olvidó pagarle a una de las amigas de la dragona. ¿Qué creen que les haremos
a ustedes tres perdedores? No tienen ni para la gasolina, no son nadie igual
que ese idiota y, si hacen enojar al Magneto, nos los echamos.
- Por favor,
me quiero ir.- Dijo Sandra. Me invadió una oleada de impotencia, los dos
personajes que le pateaban, uno moreno y gordo y el otro de metro y medio, las
veían a Sandra y a Celia con demasiada intensidad. Se estaba saliendo de
control.
- ¿Irse? El
único que se irá es ese estúpido.- Apretó más y Sandra gritó, traté de ayudarla
pero el gordo sudoroso me tomó de los brazos y me empujó contra la puerta
cerrada, golpeándome en la nariz.- Eso debe doler.
- Mira, se te
va.- Dijo el chaparro, apuntando a Celia, quien dio un par de pasos hacia
atrás.
- A mí no se
me va ninguna.- Tiró a Sandra al suelo y caminó hacia Celia, quien recordaba
tan bien la cocina que sabía dónde estaba el aceite hirviendo y los cuchillos.
- Cuidado.-
Dijo el gordo, mientras me golpeaba en el estómago. Celia sacó la freidora de
papas y la lanzó contra el gorila de camisa azul. Sandra brincó hacia él
mientras Celia le perseguía con un cuchillo.
- Viola esto,
maldito.- Sandra tiene experiencia con los cuchillos, salió por medio año con
un pandillero violento de Polígono. Rápidamente acuchilló sus hombros y
rodillas, no lo mataría pero estaba fuera de combate. El gordo que me tenía
agarrado del pelo trató de acercarse pero el menonita se le lanzó a los golpes.
- No manchen,
era broma.- Dijo el chaparro, pero Celia temblaba de nervios y recogió otra
freidora. Le falló por centímetros y echó a correr por su vida, mientras el
menonita desfiguraba al gordo con sus puños.
- Vámonos.-
Abrí la puerta y salimos corriendo hacia el auto. Cerca del auto se había
estacionado una limosina y un grupo de mujeres esperaban en fila a que la
dragona saliera del club y entrara al vehículo.
- Tengo que
ir.- Dijo Celia.
- ¿Estás
loca? Te van a matar.- Ambos temblábamos de los nervios, pero ella insistía.
- Es la mujer
que recuerdo, tengo que hacerlo. Además, en el baño escuché que no las conocía.
Estaré bien si estamos dentro de la limosina.
- Celia,
-Hubo un momento, lo pude sentir, que podría haberle plantado un beso. Fue
justo cuando le tomé de las manos, ella se acercó a mí y ambos nos miramos con
la boca medio abierta. Pude haberlo hecho, pero no lo hice. El gorila tenía
razón, no era nadie, ni siquiera podía proteger a mi primita emo y a la mujer
que amo.- ten cuidado.
- Lo tendré.-
¿Ella también lo había sentido?, ¿se preguntaba porqué no la había besado en un
momento que, según las películas, era el indicado?, ¿pensaría que no me gusta?
O por el contrario, ¿estaba aliviada de que no la besara, arruinando nuestra amistad?
Es increíble la cantidad de
cosas que uno puede pensar mientras huye por su vida. Sandra entró a mi auto y
yo me llevé el taxi, junto con el menonita, quien estaba tan asustado que se
subió al primer auto que le abrió la puerta. Mientras me alejaba pude ver a
Celia entrando al auto en compañía de mujeres vestidas como modelos. Antes de
que terminara la cuadra mi celular sonó, era mi prima. Pavel había terminado su
entrevista con la dragona y se estaba yendo. Quizás por la adrenalina y la
falta de buen juicio, le dije que se fuera a casa mientras yo lo seguía.
- ¿Quieres un
cigarro?- El joven no tenía más de 25, pero su cuerpo era el de uno de 35.
Medía dos metros, era blanco al punto de ser pálido y tenía pecas que le daban
un aire inocente y un pelo rubio tostado por el sol.
- No fumo,
pero lo acepto por los nervios.- Tenía un acento extraño, no era yucateco pero
tampoco sonaba chilango.- Va contra mi religión. ¿Eres taxista?
- No, es de
un amigo.- De un amigo que había drogado para que nos ayudara y ahora estaba
inconsciente en mi sofá, pero súbitamente me pareció que sería un poco raro dar
esa clase de información.- ¿Cómo te llamas?
- Micky Van
Paten.
- ¿Van Paten?
No suena maya.
- Es
holandés, soy menonita.- Por poco me desmayo al escucharlo. Un menonita con un
traje blanco, camisa color vino tinto y que no les pagaba a las prostitutas.
- Tengo que
leer la Biblia más seguido, me olvidé del evangelio según Bacardi.- Micky se
sonrojó mientras buscaba en los bolsillos de su traje su crucifijo de madera
para colgárselo.
- No, la
verdad es que no debería, pero mi carne es débil.- Pavel se metió en el
Fraccionamiento Francisco de Montejo y comenzó a acelerar, me costó trabajo
seguirlo hasta que finalmente lo perdí entre las calles.- Siempre he tenido este
problema, mi vida pecaminosa se desata. Por cierto, ¿adónde me estás llevando?
- No te
preocupes Meno, no le diré a tus padres.- Traté de encontrarlo manejando en
círculos, pero todo parecía perdido. Traté de explicarle la situación en pocas
palabras y pareció tomárselo de buena gana.- Te iba a dejar en tu casa, pero se
me cruzó Pavel Moguel, no sé porqué decidí seguirlo. La verdad que ando a
ciegas con esto, no sé si lo hago por mí o por Celia.
- ¿Quién es
Celia, la bonita de pelo negro con aretes en el labio?
- No, Celia
es la alta con el pelo largo, se quedó allá… Aguántame tantito, ¿te gusta mi
prima?
- ¿A mí? Para
nada, no es eso. Es pecado, ella no es menonita. Es más, no sé si sea
cristiana, por el poco respeto que tiene a su cuerpo, creo que no.
- Mira quien
habla, señor respetuoso de las damas de la noche.- Meno se apenó y bajó la
cabeza mientras buscaba las palabras adecuadas.
- Perdón, no
debí haber dicho eso.
- Descuida.
- ¿Te gusta
esa chica, Celia? Yo no sé de estas
cosas, pero creo que deberías hablarlo con ella.
- No es tan
fácil Meno… No sé porqué, pero no es tan fácil.
- ¡Cuidado!-
Fue totalmente imprevisto. Pavel me cortó el paso, frené tan fuerte como pude,
pero aún así le di un golpe. Se bajó del auto con una pistola y abrió mi puerta
para sacarme a empujones.
- ¿Quiénes
son ustedes?- Pavel era un hombre moreno y joven, fornido, de cabeza esférica,
nariz de gancho y fríos ojos azules.
- No me
mate.- Es lo único que pude decir. Sacó a Meno jalándolo del cabello, aprovechó
las heridas en su cara y le golpeó con la pistola. Lo acarreó hasta que quedó a
mí lado y jaló el martillo.
- ¿Están con
Magneto o con la dragona?
- No, no,
nada de eso. Soy Andrés Cab, la mamá de Miguelete me pidió ayuda.- Me miró como
si fuera una broma, al principio no me creía pero al ver que estaba pálido de
miedo comenzó a reír.
- Pero
entonces no eres nadie.- Meno se quitó
la cruz del cuello y me la puso en la mano.- Ninguno de los dos son alguien,
solo un par de…
Micky se movió rápido, como un
tigre. Se lanzó hacia Pavel tomándolo del antebrazo y apuntando el arma hacia
el aire, en cuanto Moguel perdió su punto de apoyo, el menonita le soltó un
gancho al hígado que lo dejó tirado, soltando el arma. Aprovechó el momento
para darle de patadas, mientras yo entraba al auto y hacia reversa para que se
subiera. Entró al auto y comenzó a reír, mientras se fumaba uno de mis
cigarros. Yo fumé también para bajarme los nervios y traté de no vomitar. El
menonita tímido y moralista había desaparecido, la otra cara de Meno era
divertida, violenta y feroz.
- Eso estuvo
bueno, es temprano ¿porqué no vamos al Safaris? Me conocen allá chavo, nos
hacen descuento.
- Meno,
¿porqué no te pones tu crucifijo antes de que me dé un ataque cardíaco?
Mientras nosotros habíamos
estado manejando y jugando al doctor menonita y mister Rambo, Celia navegaba
por Montejo en la limosina de la dragona. La dragona había estado inhalando
líneas de coca y aleccionando a sus nuevas mujeres sobre su trabajo. Les dio
detalladas instrucciones de los lugares a los que podían ir, cómo identificar
clientes y policías, las tarifas semanales obligatorias y su nueva posición
dentro de su pequeño reinado.
- Me obedecen
a mí y a nadie más. Que Magneto no les venga con sus discursitos de su
autoridad. Le encanta rajar a sus viejas, así que no se dejen. Jamás le falten
al respeto, él es mi socio de negocios y funcionamos como hermandad. Invítenles
mota a sus clientes y traten de conectarlos a los camellos de Magneto. De nadie
más, o les rajará la cara.- Les mostró una pequeña cicatriz debajo de su ojo
izquierdo que el maquillaje y las operaciones estéticas habían mejorado
considerablemente.- Lo aprendí a la mala. Ahora es mi socio, en las buenas y en
las malas. Aunque ahora parece que solo hay malas, yo soy la del dinero ahora.
Me encantaría restregárselo en la cara, pero ya ven, no acepta bien las quejas.
Les informó que esta noche
visitarían a clientes casados, los más fáciles. Estaban todos alojados en el
Fiesta Americana y sacó una lista de habitaciones. Asignó hombres a cada
prostituta y en cuanto escuchó que uno de ellos era apostador empedernido de
deportes y toros Celia se estremeció. El mismo instinto que le había dicho que
entrara a la limosina de la dragona, le impulsaba a que se las ingeniara para
conseguirse a ese hombre. Cambió de lugares con una de las chicas, y como todas
las tarifas eran iguales, no le importó. Estando en el lobby del Hotel se dio
cuenta que recordaba esa escena, e incluso podía adivinar que se encontraría
con un hombre gordo que sudaba mucho.
- Pasa
chiquita.- No se sorprendió cuando se abrió la puerta, efectivamente se trataba
de un hombre alto y gordo que vestía de guayabera y sostenía un vaso de
plástico con una cuba. Le ofreció rápidamente un vaso y Celia fingió que lo
bebía.- Ponte cómoda.
- Gracias
señor Ortiz.- Sabía que tenía escuchar su opinión sobre Miguelete y que debía
escapar. No había duda, especialmente del segundo punto.
- Paco, dime
Paco.- Trató de llevar una conversación civilizada, pero en cuanto tuvo la
oportunidad le preguntó sobre el toreo.- Vamos, no te quiero aburrir.
- Para nada
Paco, es más te propongo un trato.
- Tú dirás.
- ¿Qué te
parece si paso al baño para ponerme cómoda y tú me hablas de tus toreros
favoritos?
- Es un
trato.- Como todo un caballero se levantó y le abrió la puerta y, en cuanto
tuvo la oportunidad, le dio una fuerte nalgada.
- ¿Qué tal
Miguelete? Un amigo quería apostar mucho con él.
- No
chiquita, se nota que no sabes.- Inmediatamente buscó armas para defenderse.
Encontró una navaja para rasurar, pero sabía que no era suficiente. Vació la
hielera de la habitación en el escusado y la llenó de agua hirviente.- Apostar
a los toros es un arte, yo me guío por lo que Magneto me dice. Él me dijo que
Miguelete vale más muerto que vivo, como con cualquier artista. Todo cantante
mediocre, en cuanto se muere, vende miles de discos.
- ¿Miguelete
está muerto?- Con todo cuidado separó la tapa del escusado y la apoyó sobre el
lavamanos.
- Mi amor,
¿porqué no sales de ahí y te enseño todo sobre mí?
- Solo si
estás desnudo.
- ¿Tú estás
desnuda?- Preguntó, con un marcado jadeo en su voz.
- ¿Qué crees
que he estado haciendo?
- Ya estoy
desnudo.- Le quitó el seguro a la puerta y espero, balde en mano.
- Pues abre
mi vida, te tengo una sorpresa.
El pobre desgraciado abrió la
puerta para recibir una hielera de agua hirviendo. Se tiró al suelo, tratando
de proteger su cuerpo desnudo. Celia soltó el balde, tomó la tapa del escusado
y le asestó un golpe en la espalda y otro en la cabeza que lo dejaron gimiendo
de dolor. Salió de la habitación corriendo y marcándome al celular. Yo también
tenía noticias, Orfo estaba despierto y nos contó lo que había visto. Quedamos
de recogerla e ir al parque de la Alemán, donde habíamos citado a Juan Ricardo.
- Gracias por
chocar mi taxi.
- Eso dices
ahora, pero si me hubiera matado te sentirías peor.
- Me sentiría
mejor si no me hubieras drogado.
- Anímate,-
Dijo Sandra.- lo importante es que pudiste controlar tus sueños, al menos un
poco.
- Yo no te
drogué, solo molí algunas pastillas en tu refresco, pero nadie te obligó a
tomarlo.
- ¡Pero yo no
sabía!
- ¿Lo
drogaste en tu casa?- Había omitido esa parte cuando conocí a meno.- Eso ni yo
lo hago.
- Yo soy
Celia,- Se me había olvidado presentársela, un accidente conveniente.- ¿cómo te
llamas, porqué te dice meno?
- Era
menonita, pero me corrieron. Ni para eso soy bueno.- Dijo sonriente.
- ¿Qué era lo
que te dijo el apostador?- Interrumpí, otro accidente conveniente.
- Estaba tan
llena de adrenalina que me pareció super importante, pero quizás no sea nada.
Miguelete vale más muerto que vivo, nadie se lo tomaba en serio al parecer.
Todo era la magia de Pavel, y vaya sujeto que terminó siendo.
- Dile a
Celia lo que nos contaste.- Le dijo Sandra a Orfo.
- Juanete
está en negocios con Magneto, le escuché decir que le había hecho una fortuna.
No sé cómo. Vaya pareja esos dos, la dragona y Magneto no son mejores amigos.
- Lo mismo
aquí, ella habló bastante sobre su turbulenta relación con Magneto.- Habíamos
citado a Juan Ricardo hacía quince minutos y comenzábamos a cansarnos.- Gracias
por salvarle la vida a Lucky, parece que hoy no es su día.
- No es
nada.- Me senté en la banca junto con Celia, separándola de meno. La noche
estaba repleta de accidentes convenientes.- Ustedes dos estuvieron geniales,
gracias por salvarme. Sobre todo tú Sandra, ¿dónde aprendiste todo eso?
- Por ahí,
por ahí. ¿Hasta cuándo lo esperamos Andrés?
- Ahí viene.-
Juanete se sorprendió de vernos a los cinco reunidos. Meno se cruzó de brazos y
lo miró torcido, amenazante. El flacucho y escuálido Juan no le quitaba los
ojos de encima.
- ¿Y esto?
- Son mis
amigos, Celia, Micky, Sandra y Rodrigo. Me han estado ayudando a investigar la
muerte de tu hermano, hasta ahora tengo un mafioso violento, una novia
dispuesta a prostituirse y con una caja de éxtasis, tengo una amante y una
madame. Eso no es lo más interesante, lo que realmente nos importa ahora eres
tú.
- ¿A qué te
refieres?- Meno le soltó un golpe en el estómago que lo dobló de dolor, era
directo y contundente.
- ¿Qué trato
tienes con Magneto? Puedes hacerlo fácil o el menonita te arranca la
información a golpes.
- Púdrete.
- Muy bien,
que decida la moneda. Águila te golpea, sol te vas sin un rasguño.- Lancé la
moneda y, como era de esperarse, era águila. Meno se acercó a él, pero Juan lo
detuvo.
- Mi mamá
estaba enferma, pero eso acepté.
- ¿Aceptaste
qué?
- Mira, no es
nada importante, pero… Está bien, él me ofreció mucho dinero, dinero que
necesitábamos, y cuando tenía que fallar, fallaba. Hice el ridículo porque él
me lo dijo. Cuando me tropecé y enredé al toro, ese fue Magneto. Cuando dejé
que el toro me pisara y aún así me llevara el rabo, ese fue Magneto. Él decide
lo que yo hago en el ruedo. En realidad el del talento soy yo, no mi hermano,
pero claro, él es el Manolete del sureste.
- ¿No crees
que podrías haber empezado por ahí?- Le gritó Sandra.
- ¡No tiene
nada que ver! Además, nuestro trato es sencillo, tú evitas que me metan a
prisión y no te fastidiamos la vida.
- Es inútil,
ya déjalo.- Dijo Rodrigo. Cuando se alejó corriendo se sentó en la banca y
suspiró.- Podemos olvidarnos de los treinta mil pesos.
- No digas
eso Orfo.- Le dijo Sandra, tomándolo del brazo.- Hay que pensar como
detectives. Tú eres el que estudió literatura.
- ¿Qué tiene
que ver?
- Seguro has
leído novelas de detectives, ¿qué se hace en estos casos?- Todos miramos
atentamente a Orfo, aunque sólo la chica X le miraba con ensoñación, aunque el
tímido Rodrigo no se daba cuenta. Escondió el rostro entre sus manos y soltó un
bufido.
- ¿Estudiar
la escena del crimen?
- Intenté
hacerlo en la mañana, pero había un policía. Ahora está cerrado, mejor
olvídalo.
- Si está
cerrado, será más fácil. Menos policías.- Dijo Meno.- ¿Ustedes qué opinan?
- Menos
policías, es cierto.- Celia lo dijo como si la idea fuera brillante y le dio
una palmada en la espalda.
- Tienes
razón Celia,- dijo Orfo.- pero hay que pensarlo bien, puede ser peligroso.
- Estoy de
acuerdo con Orfo, necesitamos un plan.- Dijo Sandra.- ¿Qué se te ocurre?
Era tarde, estábamos cansados,
pero éramos indetenibles. Individualmente no éramos nada, pero como amigos
creábamos un equipo muy unido. Nos embarcamos a la misión suicida, sintiéndonos
invulnerables. No encajábamos en ninguna parte, cada uno un bicho raro, pero al
estar reunidos nuestras rarezas parecían normales. Cuando llegamos a la arena
nos detuvimos a dos cuadras e ideamos un
plan básico entre todos. Meno, Sandra y yo iríamos adentro, Celia y Orfo
crearían una distracción que alejaría al policía apostado en la puerta lo
suficiente para que entráramos. Tenía un mal presentimiento, y mi moneda lo
reflejaba. Pregunté si debía ir y me contestó que sí, también afirmó que nos
atraparían en el estacionamiento, pero no descartaba la posibilidad, una en un
millón, de que pudiéramos entrar y salir sin ser detectados.
Orfo se detuvo frente al
policía, Celia salió para preguntarle por direcciones, pero el auto había sido
dejado en neutral y comenzó a avanzar por si solo. Orfo echó a correr tras él,
Celia gritó desesperada y el policía reaccionó para ayudar a Rodrigo a detener
al auto. Se alejó de la puerta el tiempo suficiente para que nosotros tres
entráramos y nos escondiéramos detrás de un auto. Mi moneda me decía que nos
quedáramos a esperar, aunque no podíamos ver a nadie. Meno quiso seguir adelante,
pero Sandra le detuvo. Al principio no lo podíamos ver, pero había un guardia
en el segundo piso que vigilaba el área de acceso. Lo vimos cuando encendió un
cigarro y, poco después, se alejó. Entramos al edificio y Sandra reconoció el
cable del teléfono y la luz y, luego de consultar con la moneda, los cortó
cuidadosamente para que pareciera un accidente. Caminamos en silencio hasta
escondernos tras la escalera y esperar que un guardia bajara para arreglar la
luz. Aprovechamos la distracción para subir y, teniendo cuidado con la luz de
las linternas, seguimos subiendo hasta llegar al corredor que necesitábamos. La
moneda decía que no era seguro avanzar, seguramente habría guardias del otro
lado del toreo que podían ver a través de las ventanas. Meno vio una botella de
vidrio en el marco de una ventana y, con todo cuidado, la fue empujando desde
debajo de la cornisa. El vidrio se estrelló y escuchamos a los guardias
corriendo por las escaleras. Hicimos una carrera hasta la puerta de la
habitación a la que no había podido entrar en la mañana.
La habitación era amplia, pero
austera. Un par de sillones, reliquias montadas sobre la pared y un clóset de
madera que medía dos metros y daba contra la ventana interior al ruedo. Uno de
los sillones tenía una mancha de sangre, aún fresca de la bala que mató a Miguelete. Su silueta estaba
trazada en tiza y parecía un dibujo de niños. En un principio pensamos que se
podría brincar de la ventana al clóset y bajar al suelo, pero Micky trató de
escalar el mueble y de inmediato comenzó a hacer ruido y balancearse. Estaba
débil, no servía para escalar. Meno se manchó la mano de pintura blanca, pero
no aprendimos nada nuevo. El clóset contenía espacio para el traje de torero,
quizás cabría una mujer ahí adentro, pero eso no resolvía el problema, ¿cómo
escaló el clóset sin que se cayera al suelo? En la pared, debajo de una cabeza
de toro, había una marca de zapato, al lado de una silla caída. Había habido
una pelea, probablemente Juanete había adornado su versión de los hechos.
Sandra buscaba pistas en el suelo, debajo de los sillones y de la alfombra
central. Sandra me mostró lo que había debajo de la alfombra, un billete del
ADO de Chetumal a Mérida. Continuamos la búsqueda otros veinte minutos, hasta
que nos convencimos que no encontraríamos nada más.
De no haber sido por mi moneda,
nos hubieran atrapado fácilmente. Esperamos diez minutos antes de abrir la
puerta y, cuando vimos la luz de una linterna que subía las escaleras por la
que habíamos llegado, corrimos en dirección contraria. Asustados, ubicamos un
clóset de mantenimiento y nos escondimos allí. Cuando el guardia se fue abrimos
la puerta cuidadosamente y corrimos a las escaleras y, sin moros en la costa,
salimos por la ventana de la oficina del primer piso. Orfo nos recogió a una
cuadra de ahí y emocionadamente contamos nuestra aventura.
El día había valido la pena,
pero mañana teníamos que trabajar. Acostado en la cama, tratando de reunir el
rompecabezas de la muerte del Miguelete, no dejaba de pensar en Celia. ¿Porqué
no la besé cuando tuve la oportunidad? Pero aún así, era feliz. Había sido una
noche peligrosa, divertida y violenta, y nunca me había divertido tanto. La
mañana siguiente fue atroz, levantarme temprano fue imposible y Sandra y yo
llegamos media hora tarde al trabajo. El jefe me estaba esperando para gritarme
y humillarme frente a mi primita. Tardó quince minutos en liberar toda su
bilis, mientras que yo pensaba en los treinta mil pesos y en la venganza de
aquella férrea mujer ciega. En cuanto se fue me instalé en mi puesto y navegué
aburridamente por internet. Por curiosidad busqué el nombre de Pavel Moguel, y
me llevé una sorpresa. Antes de conocer al Miguelete, había sido el manager de
un cantante llamado Enrique Suárez Suárez. Un par de presentaciones en bares y
cabarets y audicionó para la Academia de TV Azteca. Había muerto dos noches
antes del veredicto final y, según Moguel, su cantante hubiera entrado sin
problemas. Se suicidó en el baño del Rumba. La dirección del Rumba me parecía
conocida, en Prolongación Montejo antes del Friday’s. La fotografía del lugar
me resultaba familiar, era el Buda Bambú.
- Andrés,
mira quien vino.- Sandra entró acompañada de Micky.
- Hola, me
vine a disculpar.- Poco quedaba del valiente y violento, nuevamente se trataba
de un chico tímido encerrado en el cuerpo de un adulto.
- ¿Disculpar?
Pero si me salvaste la vida.- Saqué una de las sillas plásticas del depósito y
se acomodó cerca de mi estación de trabajo.- Además, si logramos dar con el
culpable, nos repartiremos el dinero en partes iguales.
- No debería
aceptar dinero que de origen pecaminoso, es…
- Es pecado,
sí esa parte la entendí. Si tú no lo quieres, se lo puedes dar a tus papás.-
Bajó la cabeza, le había dolido el comentario.
- Mis papás
murieron, y mis tíos me expulsaron de la comunidad. Me permiten vender quesos,
pero ya no me hablan. El dinero me vendría bien, ojalá no lo gaste todo en
cosas diabólicas.- Como había adivinado, tenía el crucifijo en su cuello.
- Vaya, así
te quería encontrar Cab.- El jefe entró a la tienda intempestivamente, sus
abultados cachetes temblaban de furia.- Platicando bonito con uno de los
clientes.
- Señor…- Era
inútil, gritó hasta quedar afónico y justo cuando pensé que ya se había
cansado, volvió a gritar un poco más.
- Mira esto
Andrés.- La chica X, con su tradicional actitud despreocupada, entró mientras
el jefe gritaba y me mostró el diario “A Peso”.- Adivina quién apareció en la
sección de policiaco.
- Niña, ¿no
te das cuenta que tu primo está a punto de ser despedido? Tú andas en las
mismas, así que no te hagas.- Le detuve con un ademán mientras leía.
- ¿Me permite
un segundo? trato de leer.- Quedó en silencio un momento, sin saber qué decir,
y pasada la sorpresa regresó a su discurso de insultos y amenazas. Silvia
Manzur había muerto en una habitación del hotel “El colonizador”.
- Según el
diario, la vieron entrar con un hombre mayor, quien firmó pero se negó a
mostrar identificación.
- Un hombre
casado, tiene sentido.
- No les
volvieron a ver hasta que amaneció con un disparo.
- En este
instante se me cuadran, par de buenos para nada.
- A ver, por
última vez, -No sé de dónde había ganado la valentía.- ¿puede cerrar el hocico?
Trato de tener una conversación. Puede escribirlo y mandármelo a mi mail.
- Eso es
todo, están despedidos.
- Vamos meno,
dejemos que se meta el salario mínimo por donde le quepa.- Sandra le tomó de la
mano para que pareciera más relajada de lo que estaba. Yo temblaba de nervios,
nunca le había hablado a una persona así, mucho menos a mi jefe.
Nos reunimos los cinco para
comer juntos, habíamos invitado a Juanete pero ya había sido arrestado. El
único testigo que les había visto a ambos despidiéndose y vivos, Hernando
Bucal, había cambiado su versión. Ahora el conserje decía que no recordaba los
detalles y que, seguramente, se había imaginado de Miguelete sin verle
realmente. La mamá de Juan Ricardo fue muy clara en sus intenciones conmigo,
usaría todo su dinero para que me rompieran las piernas, a menos que llegara al
fondo del asunto. Rodrigo decía que Juan era el fondo del asunto, Sandra
sospechaba de Silvia y de Juliana Moguel, una alianza para matarle. El anterior
cliente de Moguel había muerto en el Buda Bambú, cuando era llamado Rumba,
tenía que haber una relación. Ambos clientes habían llegado lejos, sin
necesariamente tener que medirse entre los grandes profesionales. En ambos
casos los clientes llegaban a valer más muertos que vivos, Suárez Suárez había
vendido más discos estando muerto que vivo, y la memorabilia de Miguelete, así
como su fama del Manolete del sureste, quedaba impresa en la memoria colectiva
para siempre. El papel de Magneto y su
asociada no estaban del todo claros, aunque las piezas comenzaban a encajar a
medida que comía mis tacos de cochinita en la plaza de Santa Ana.
- … No podía
creerlo, pero son obligaciones.- Orfo ya se desenvolvía naturalmente, bebía su
cerveza con calma mientras entretenía a los demás con sus infortunios.-
Entonces ahí voy.
- Ni has de
tener ropa.- Dijo Sandra maliciosamente.
- En jeans
negros y mi camisa para eventos sociales. De esas chafas que cuando sudas se
transparentan. Mi taxi me deja parado, y ahí voy en camión al Cielo, antro mega
fresa.
- A distancia
el cadenero ya te había rechazado.- Bromeó Celia. Todos reíamos inocentemente,
cómodos entre nosotros.- Ya mejor te hubiera marcado a tu cel “oye Rodrigo,
¿sabes qué? Ni pidas la parada”.
- Peor aún.
- ¿Qué podría
ser peor?- Preguntó Micky.- ¿Te mordió un perro?
- No, que
perro, ya quisiera yo. El camión iba llenísimo y empecé a sudar. Para cuando me
bajo la camisa estaba empapada y se me transparentaba todo. Parecía stripper de
bar gay.- Nos reímos con gusto. Desempleados, pasando el tiempo a la vez que
bajo amenaza. Somos los X, cada uno lo suficientemente común y vulgar para
pasar desapercibido, pero a la vez únicos. Único quiere decir desadaptado, pero
estando juntos hasta eso olvidábamos.
- Ahora que
renunciaron, ¿qué harán para vivir?- Nos preguntó Micky, aunque le preguntaba
más a Sandra que a mí.
- Pues
buscar, porque no parece que daremos con algo sólido. Además, para mañana mi
primito tendrá que usar su moneda para que le diga cómo evitar que lo golpeen.
- No me
preocupa, por ahora.
- ¿Esa
sensación de libertad y destino otra vez?- Me preguntó Celia. Tenía toda la
razón.- Disfruta de tus Lucky Strikes Lucky, ya mañana nos preocuparemos
juntos. Si te hace sentir mejor puedes volver a drogar a Orfo.
- No es
gracioso, el dolor de cabeza me dolió hasta la mañana, esas pastillas que me
diste eran para matar un elefante.- Iluminación instantánea. La botella resbaló
de mis dedos y se reventó en el suelo. Las piezas que mi inconsciente había
estado rumiando finalmente cobraban sentido.
- ¿Qué pasa?
- Necesitamos
un plan, ya sé qué ocurrió. Micky, para esto necesitaré que te quites el
crucifijo, será peligroso.
Platicamos por más de dos horas
y establecimos la trampa. Necesitábamos reunirlos a todos en un lugar neutro y
seguro. Celia había soñado con el Big Home de Macroplaza y ahí acordamos
vernos. Celia, la chica deja vu, le habló a la dragona, pero ella no estaba
feliz de oírla. El cliente se había quejado y Magneto le quería marcar el
rostro. Le dijo que el cliente sabía dónde encontrar a un testigo de la muerte
de Miguelete y un cargamento de cocaína y pastillas, que lo atacó para escapar
de él y buscarlo. Ahora quería venderles la información del asesino y el
cargamento a ella y a Magneto, pero sólo lo haría si iban acompañados de sus
tenientes y se veían en el Big Home de Macroplaza a las seis de la tarde.
En un pasillo de anaqueles de
marcos de fotografía y ángeles de plástico, Celia y yo les miramos entrar.
Julio Puk, alias Magneto, de chamarra de cuero y lentes negros avanzaba con
mirada asesina en compañía de Rocío “la dragona” Chí May. Escoltándoles se
encontraban sus camellos Humberto “Humo” Mena y el ranchero Norberto Barrios.
También les acompañaba Pavel Moguel, temblando asustado entre la dragona y el
rufián. Todos andaban armados y lo indicaron sutilmente. No dudarían en
matarnos y Celia y yo temblábamos acercándonos cada vez más hasta que sentí su
mano y la tomé. Le mostré una moneda, hice un volado y como era natural cayó en
águila. Aquello le reconfortó. Las posibilidades de sobrevivir eran una en un
trillón, pero yo era el hombre trillón.
- Escuché que
tienen sillas para vender.- Magneto no era tonto, no podía hablar libremente,
pero no me molestaba.
- Bastantes,
de las duras.
- Me hiciste
perder mucho dinero querida, y ahora me insultas así.- La dragona tamborileó
sus largas uñas en sus labios, como una fiera hambrienta.
- Yo los recuerdo,
son de los que corrimos anoche.- Magneto zanjó el asunto con un gesto
definitivo.- Pero eso ya no importa. Anoche fue anoche, ahora es ahora. Tienen
productos y mercancías que nos interesan, ¿cuál es el trato?
- Te podemos
decir dónde encontrar las sillas, eso no es problema. Lo interesante es la
información.
- ¿Quién es
el testigo?- Preguntó Magneto.
- No tan
rápido.
- A mí no me
dices cómo hacer negocios niño. Te paseas por lugares peligrosos y crees que
sabes todo. Te metes a mi mundo y te vas a quemar. Te puedes quemar ligero, una
bronceada para complacer a tu vieja, o te puedo achicharrar y hacerte un
ejemplo.
- No estás en
ninguna posición de hacer tal cosa.- Celia me apretó la mano hasta casi
romperla. El dolor me ayudaba a seguir hablando, olvidándome de los nervios.-
Tienes una guerra civil entre manos. Silvia Manzur dijo que él le dijo que
regresaría en el camión de Chemax, pero no lo vio ahí. Eso fue porque Miguel
Escobar te robó la corrida de éxtasis proveniente de Chetumal, incluso dejó el
boleto de camión en la habitación donde murió. No fue su idea, sino la de
Pavel. Pero hay que darle crédito, la dragona lo tenía obligado. Le ayudó a
cubrir el homicidio de su anterior cliente, el cantante que murió en Rumba,
ahora llamado Buda Bambu. La meta es sacarte del trono, mostrar que ella es la
que gana dinero.
- No puedes
hacerles caso Julio, son locuras.- La dragona estaba nerviosa, pero Magneto
parecía tranquilo. Su guardaespaldas ranchero no compartía la misma calma, y
comenzaba a llevar su mano hacia la pistola.
- Mató al
ladrón, pero después al eslabón más débil. Silvia se acercó a ella creyendo que
le daría trabajo. Mató a Silvia porque sabía demasiado, y para enseñarle una
lección a Pavel y guardara silencio. Usó a la persona más cercana que tenía a
Silvia, Humberto Mena. El mismo que guardó parte del botín robado de la corrida
de Chetumal en una caja de zapatos y la escondió debajo de la cama de Silvia
Manzur. Tenía sentido usarlo, él mismo mató a Miguelete, el conserje Hernando
Bucal me dijo que había pintores en el techo esa mañana. Tenía manchas de
pintura blanca cuando hablamos con él y cuando revisamos sobre el mueble en la
escena del crimen. No necesitaba bajar, con apoyarse un poco bastaba para
meterle un plomazo.
- ¿Qué ganan
ustedes de todo esto?- Preguntó Magneto.- Entiendo lo que gana la dragona, eso
me queda claro.
- Julio, son
mentiras.- Humberto trató de huir, pero el ranchero se lanzó contra él y, con
la culata de la pistola, le golpeó en el pómulo. Mena cayó al suelo chillando
de dolor.
- Magneto, no
tenía opción. Rocío me dijo que ella aún guarda evidencias de lo que le pasó a
Enrique. Sabía que esa conexión de tachas es la mitad de tu ingreso, pero no lo
hice para lastimarte.
- No, lo
hiciste por cobarde.- Magneto sacó una navaja y, con un movimiento veloz y
preciso, le hizo sangrar al cortarle en la nariz.
- Debí
empezar por ti.- La dragona sacó una pequeña pistola de su brassiere y le
apuntó a Magneto, pero Norberto abrió fuego antes y le disparó en el pecho.
Celia y yo nos tiramos al suelo y los agentes de la AFI brincaron de atrás del
pasillo para detener la violencia y arrestarlos a todos. Sandra, Orfo y Micky
habían grabado la conversación desde el pasillo contiguo en compañía de la
policía.
Era increíble, pero había
funcionado. La dragona fue llevada de urgencia al hospital, donde se recuperó
milagrosamente. Era un milagro con sentido del humor, pues fue encarcelada por
los cargos de conspiración, posesión y distribución de sustancias de uso
controlado. Humberto Mena fue encerrado por los dos homicidios. Luego de una
rápida investigación algunos obreros que laboraban en el toreo el día del
asesinato, lo identificaron cerca de la ventana de Miguelete y, un empleado del
hotel, donde Silvia había sido asesinada, le había visto caminando a las dos de
la mañana. Norberto Barrios fue encerrado sin ningún problema. Julio Puk era
otra cuestión, no encontraron suficiente evidencia para encerrarlo por
cualquier delito, a excepción de la rajada que le había propinado a Pavel Moguel.
Después de varios meses salió libre, aunque perdió su bar y la mitad de sus
tenientes, pero Magneto era hábil y rápidamente volvería a formarse de un
escuadrón de matones.
Un diario sensacionalista “la
República” nos fotografió y mencionó por nombre, pero le dieron poca atención
al caso. Seguimos siendo los mismos desconocidos, X en la vida, pero la viuda
cumplió su promesa y nos entregó el dinero, seis mil pesos a cada uno. No era
mucho, pero fue suficiente para que festejáramos a lo grande en una fiesta de
toda la noche. Torpemente traté de acercarme a Celia, aunque ella estaba más
interesada en Micky. Esa noche me confesó que se iría por un tiempo, para
seguir las pistas que Orfo le había dado. Nos volveríamos a ver, eso era
seguro, y extrañamente todos lo sabíamos. Por eso no fue una despedida tan
triste, además la mera posibilidad de volvernos a encontrar y que aceptara mi
amor era una en un millón. Posibilidades muy buenas para alguien como yo.
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