Historias noir, de misterio, detectives, fantasía o crimen. Pulpazoid es mi colección de cuentos para compartir. Si compartes estos relatos, deja un link para que más personas los encuentren.
martes, 28 de julio de 2015
Biografía de H.P. Lovecraft
Esta biografía es una traducción de la aparecida en el H.P. Lovecraft Centennial Guidebook. Escrita por S.T. Joshi uno de los mayores estudiosos de Lovecraft.
Howard Phillips Lovecraft nació a las 9 de la manaña de 20 de Agosto de 1890 en la casa familiar del 454 (entonces numerado 194) de Angell Street en Providence, Rhode Island. Su madre era Sarah Susan Phillips Lovecraft, que podía remontar sus ancestros hasta la llegada de un tal George Phillips a Massachussets en 1630. Su padre fue Windfield Scott Lovecraft, una viajante de Gorham and Company, joyeros de Providence. Cuando el joven Howard tenía tres años su padre sufrió un colapso nervioso en una habitación de hotel en Chicago, siendo ingresado en el Hospital Butler, donde permaneció hasta su muerte el 19 de Julio de 1898. Aparentemente Lovecraft fue informado de que su padre estaba paralizado y comatoso durante este periodo, siendo la realidad que su padre murió de paresia, una variante de la sífilis.
Raymond Chandler "el simple arte de matar"
LA LITERATURA DE FICCIÓN siempre, en todas sus formas, intentó ser
realista. Novelas anticuadas, que ahora parecen pomposas y artificiales, hasta el
punto de resultar ridículas, no lo parecían a las personas que las leyeron por primera
vez. Escritores como Fielding y Smollett podrían parecer realistas en el sentido
moderno, porque en general dibujaban personajes sin inhibiciones, muchos de los
cuales no estaban muy lejos de la frontera de la ley, pero las crónicas de Jane
Austen sobre personas muy inhibidas, contra un fondo de aristocracia rural, parecen
bastante reales en términos psicológicos.
sábado, 25 de julio de 2015
¿Cómo escribir historias, novelas o cuentos policíacos?
How to write... Crime Fiction es el título de un interesante artículo publicado el 10 de septiembre de 2009 en el periódico digital Telegraph.co.uk. Es obra del novelista Mark Sanderson, autor de Snow Hill, primera parte de una trilogía policíaca. Nos ofrece una guía para crear y llegar a publicar con éxito novela negra.
Traduzco, a continuación, de forma resumida algunas de las ideas principales de este artículo:
Lovecraft, ensayo de su obra
Sitio original: http://m.papelenblanco.com/ensayo/h-p-lovecraft-contra-el-mundo-contra-el-vida-de-michel-houllebecq
Gracias a mi compañera Sarah y su post sobre Houllebecq, que leí justo cuando llevaba unos días elucubrando sobre cómo podría ser la esperada adaptación de En las montañas de la locura de cineasta Guillermo del Toro, descubrí que el enfant terrible Michel Houellebecq había escrito un ensayo sobre H. P. Lovecraft. Como también un par de personas me comentaron que el estilo literario que gasto en Venus Decapitada parece inspirado por Houellebecq, al final no pude resistirme. Si tenía que empezar a leer algo del Houellebecq, tenía que ser H. P. Lovecraft, Contra el mundo, contra la vida.
A pesar de que no todos hemos leído al rarito de Lovecraft (yo, por ejemplo, sólo he consumido un par de cuentos suyos), lo cierto es que Lovecraft ha impregnado tanto nuestro acervo cultural que probablemente a todos vosotros os sonarán cosas como las agrestes colinas al oeste de Arkham, la Universidad de Miskatonic, Irem, la ciudad de las mil columnas, Dagón, Nyarlathothep y el blasfemo Necronomicón, cuyo nombre sólo puede pronunciarse en voz baja.
Biografía de Dashiell Hammet. Maestro de la literatura negra
Tomado de la excelente página: http://www.grupotortuga.com/Dashiell-Hammett-la-novela-negra
Dashiell Hammett, la novela negra como radiografía de la sociedad
Dashiell Hammett, la novela negra como radiografía de la sociedad
Dashiell Hammett, la novela negra como radiografía de la sociedad
Kepa Arbizu
Tercera Información
Tercera Información
La novela negra, o mejor dicho la disposición del público respecto a ella, ha seguido un camino de lo más curioso. Del ostracismo de hace unos años y de ser un género menor sólo apto para los más fieles, se ha convertido en una “marca” de éxito, llevando incluso a las grandes editoriales a crear sellos específicos (cosa que es de agradecer). La novela policíaca históricamente ha tomado vertientes diferentes. Por una parte estaba la que utilizaba la “excusa” de la investigación para desgranar y analizar la sociedad del momento. Otra se centraba en un análisis más introspectivo del comportamiento individual y sus claroscuros (no en pocas ocasiones ambas formas eran capaces de fusionarse) y una tercera en la que el peso de la narración se basaba precisamente en desenmarañar el asesinato o el caso de turno.
jueves, 23 de julio de 2015
Los tres trenes (Parte 2 de 2)
Conclusión de la primera parte
5.-
5 años después: Danielle Dillon
Danielle odiaba las cámaras de
seguridad. En el fondo sabía que su rabia no se debía a la vigilancia en el
sector comercial de Brokner. No, estaba harta de tener que usar disfraces. No
podía usar el mismo dos veces, aunque su modus operandi seguía siendo el mismo.
Su padre adoptivo se estaba poniendo viejo, gastaba más en LSD y mientras más
intentaba escapar de Jesús Aburto, más le cobraba. Estafadora y marca al mismo
tiempo. Años atrás el negocio que tenía con los agentes de seguros habría
bastado, pero ahora tenía que pagar más. Ahora tenía que robar de joyerías. Se
ajustó la peluca de cabello negro sobre su corto cabello castaño. Sin
maquillaje y un poco retoques cosméticos con prótesis plásticas parecía un
hombre, algo afeminado pero muy distinto a D.D.. El truco estaba en caminar, de
modo que le daba vueltas a la cuadra para acostumbrarse. Incluso olía como
hombre, con un poco de la loción de su tío Mario. Traía un saco con hombreras y
un rociador de gas de pimienta atado a su antebrazo izquierdo.La policía ya
habría conectado los crímenes, de modo que ésta tendría que ser su última vez.
Era un alivio, se escondía el tatuaje con plástico que parecía piel y debía
convertirse en otra persona debido a las cámaras, pero por el otro lado, no
tenía otro juego en la mesa. Se quedaría con la estafa a los seguros y eso no
sería suficiente para Aburto. Últimamente nada era suficiente para él. Incluso
cuando se mudó de vuelta con su tío, su padre adoptivo alzó la cuota.
Entró a la tienda hablando con la
voz más gruesa que podía. Explicó que se acercaba el cumpleaños de su futura
esposa y quería regalarle algún collar o anillo. Cámaras en el techo en cada
esquina, guardia de seguridad recorriendo los escaparates. Era buena hora,
mucha gente. Habría conmoción, pero tendría que lidiar con él. El auto esperaba
cerca con el motor encendido, esperaba que nadie lo robara. Cuando tuvo una
buena docena en el aparador, el máximo que estaría autorizado el vendedor por
razones de seguridad. Empezó a revisar los diamantes y fingir que medía los
collares contra la silueta de la vendedora. El truco estaba en fingir no estar
apurada. Fingir que pertenecía a ese lugar con aquella clientela llena de dinero.
-
No me decido, podría llevármelos todos.- Le hizo señas al guardia para que se
acercara.- ¿Qué dices amigo?, ¿cuáles son los más románticos?
-
No sabría decirle señor.
Los tres trenes (Parte 1 de 2)
Los tres trenes
Por: Sebastián Ohem
1.-
Ahora:
El letrero neón que leía “Jaula de
billar” estaba apagado, pero eso no desanimó a Ian Madison. Sacó la automática
de su cinto y entró al callejón que daba a una parte trasera con espacio para
un par de autos. Estaba uno de ellos, creía que era el de Danielle. La noche
pareció hacerse más oscura, la farola de la calle apenas iluminaba la zona.
Revisó la puerta trasera, era acero reforzado pero podía abrir la cerradura.
Intentó ver si las ventanas tenían barrotes, pero los pisos superiores estaban
devorados por la oscuridad. Incluso si ella no estaba, podía esperarla adentro.
La esperaría lo que fuera necesario.
Patrick Schnapp, el viejo Snap, estacionó
a media cuadra y siguió los sonidos en la desierta calle y oscura callejuela.
Se acomodó los guantes antes de tomar el revólver. Le había puesto cinta canela
al mango y al gatillo. Pensaba tirar el arma en alguna alcantarilla después de
matarlo, pero prefería ser más cuidadoso que de costumbre. Nada podía salir
mal. Se apoyó contra la pared de ladrillo hacia el espacio de estacionamiento.
Podía ver la figura agachada a un lado de la puerta. Se figuró que estaría
forzando la cerradura. No le importaba realmente, pero necesitaba saber que
realmente era Ian Madison. Snap era un profesional, sabía que cualquier cosa
podía pasar en los segundos decisivos, de modo que salió del escondite y se
colocó detrás del sujeto. La luz de la farola iluminaba su rostro, pero no le
importaba. Madison no tendría la oportunidad de decirle a nadie. Jaló el
martillo. El ruido familiar y a la vez terrible. Casi absoluto. Rompió el
completo silencio. Ian Madison se dio vuelta, se puso de pie y miró el cañón
del revólver. Todos miraban el cañón. La luz le daba ahora. No quedaba duda,
era él. Era el hombre que tenía que matar.
Danielle Dillon había seguido al
asesino profesional y, luego de perderlo de vista le dio unos treinta segundos
antes de salir de su auto. Automática en mano se acercó con cautela. Había oído
de Snap y sabía que era peligroso. Rápido y certero. Ella no estaba acostumbrada
al arma. No estaba acostumbrada a su peso, a su olor y cuando jalara el gatillo
sabía que quedaría ensordecida por la explosión. No le importaba que le había
llevado a la Jaula de billar. No le importaba tampoco, aunque un pensamiento
fugaz le hizo cuestionarse si de alguna forma sabía que iba a matarlo. Podía
ser una trampa. Avanzó de todas formas. Iba agachada, escuchando los ruidos de
las calles lejanas. Pudo oír el martillo de un revólver. Se movió otros pasos
más y se colocó a su costado. Snap tenía acorralado a un sujeto que ella no
conocía, aunque era obvio que el viejo asesino a sueldo le conocía. No le
importaba. Patrick Schnapp tenía una cita con una bala.
El juego de reyes y peones
El juego de reyes y peones
Por: Juan Sebastián Ohem
1.-
La gente que trata de entender lo
que pasó en 1998 tiende a olvidar que no empezó ese año, sino la década
anterior. En los 80’s la familia Azzarello parecía que había llegado para
quedarse. Habían huido de Nueva Jersey creyendo que Malkin sería un juego de
niños. Se expandieron rápido y consolidaron su poder con mano de hierro. Los
independientes fueron removidos del tablero o absorbidos. Ahí es donde entra
Michael Rath, ladrón y traficante que había preferido unirse a la familia como
un fuereño que terminar seis metros bajo tierra en la carretera como muchos de
sus amigos. Los Azzarello eran vieja escuela, querían rastrear tu familia hasta
Sicilia, de otro modo eras considerado como un extranjero en tu propia ciudad,
pagando tributos exagerados a los iniciados de Baltic y la pequeña Italia. Rath
nunca quedó satisfecho con el trato. Robó de aquí y allá para proveer para su
familia e incluso empezar a incursionar en bienes raíces. Eso no cayó bien con
la familia. Respondía a un teniente de nombre Freddie Primo y los Azzarello le
ponían entre la espada y la pared.
La historia de Primo no era tan
diferente. Un italiano nativo de Malkin que tuvo que unirse a la familia
Azarrello después que mataran a su empleador de muchos años. Lo iniciaron por
necesidad, nunca por gusto, y les encantaba recordárselo. Cuando eventualmente
se hartaron de Michael Rath cayó en manos de Freddie Primo hacerlo desaparecer.
No era tarea fácil, y de hecho nadie entendía por qué era tan necesario. Rath
les hacía mucho dinero y estaban acostumbrados a que sus vasallos robaran un
poco de aquí y allá. Tal es la naturaleza del negocio. Los Azzarello eran la
definición de la vieja escuela. No les importaba si les hacía buen dinero, era
sobre mandar un mensaje y por ello le dijeron a Freddie Primo que terminara con
él, con su esposa Estella y su hijo Victor.
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Momo: Un asesinato simple
Momo Un asesinato simple
Por: Sebastián Ohem
La clientela estaba baja, pensé que
eran malas noticias. Estaba equivocado. Noche tras noche me senté en mi
oficina, la taquería debajo de mi departamento. Sin nada mejor que hacer decidí
seguir la noticia que estaba en boca de todos. Robo a un Bancomer en
Macroplaza. Mérida te perdona lo que sea, siempre que no suceda en el norte y
siempre que permanezca relegada a la nota roja. Primera plana, “Robo de
película”. Uno de los meseros estaba sobre mi hombro, leyendo en voz baja. Le
hice el favor, lo leí en voz alta.
Momo: El juego del chivo
Momo: El juego del chivo
Por: Juan Sebastián Ohem
Navidad evitando a mis
innumerables primos y tíos, a cada uno le digo una versión distinta de lo que
haré. Cena a la italiana en mi departamento sobre la taquería en el centro. No
me molesta, pero es la escasez de clientes en esta época que me pone nervioso.
Me hace aceptar cualquier cosa. Recibo las sobras y doy las gracias. No habría
jugado el juego del chivo de no ser así. En verano tengo clientes suficientes
para vivir bien, pero en mi oficio no hay aguinaldo y los regalos a mis tíos y
sus familias casi me dejan en bancarrota. En mi oficio escondo la verdad más
que encontrarla, cualidad extraña en un detective privado. No es mi
especialidad, después de todo me contratan para callar gente, torcer brazos y,
ocasionalmente, arruinar familias enteras. Me pagan bien y no me quejo.
Las políticas del odio
Las políticas del odio
Por: Juan Sebastián Ohem
1.-
Alfred Huxley quiere unirse al
linchamiento mediático. Mi generación lucha y muere en la selva, o lucha y
muere en América, mientras que gente como Huxley o Lydiatt, el nuevo fiscal de
distrito, tienen algo mejor que hacer. Perseguir homosexuales. Nadie tiene
mejores cosas que hacer. Roy Keller tiene otras preocupaciones. No siempre
puedo darle la vuelta a la historia que Huxley busca, pero lo intento. Por eso
acudí a Evelyn Kerley, doctora en sociología y parte de un comité de derechos
humanos. Ella logró persuadir a algunos homosexuales para hablar ante la
cámara. Les digo que probablemente terminará en el piso de la sala de edición,
pero espero que no sea así. Alguien tiene que alzar la voz. Fabuccini es uno de
ellos. Duncan Poole, camarógrafo y reportero guarda sus cosas mientras que
Fabuccini se quita la camisa y los vendajes. La golpiza fue brutal, peor que
eso, fue sin sentido.
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Los hijos de Nadie
Los hijos de Nadie
Por: Sebastián Ohem
Del diario de Roy
Keller
Ésta es mi admisión de culpa. He
redactado el texto para mi abogado Blake Edwards para ser publicado en caso de
mi muerte o encarcelación. Soy un reportero. Utilizo métodos poco ortodoxos
para conseguir la verdad, pero es parte de mi trabajo. Dejé Vietnam, pero la
guerra tiene sus propios modos de acompañarte a donde vayas. El horror no está
únicamente más allá de nuestras fronteras. Está en Malkin. En los ojos
desesperados de los hijos de nadie.
A Nadie le importa
A Nadie le importa
Por: Juan Sebastián Ohem
Del diario de Roy
Keller
Lo primero que te enseñan en la
escuela de periodismo es apuntarlo todo. Esto no se trata sobre una noticia. Si
están leyendo esto, estaré en prisión o muerto. No es una confesión de mis
pecados, no tengo suficiente tinta para ellos. Es una admisión de culpa. Un
buen reportero consigue la noticia por cualquier medio, yo empleo medios
ilegales. Lo hago sabiendo que podría terminar muerto o en la cárcel, pero
alguien tiene que hacerlo. A alguien le tiene que importar. Eso me digo a mí
mismo. La verdad es que, cuando se trata de las víctimas colaterales del crimen
y la corrupción, a nadie le importa.
Doc Wild y la tiranía de los bienintencionados
Doc Wild y la tiranía de los bienintencionados
Por: Juan Sebastián Ohem
Jack Wild utilizó el décimo
aniversario del fin de la segunda guerra mundial para advertir al mundo de la
amenaza de Herman Draxler. No podía ser más específico que eso, pero sabía que
por detrás del escenario político jalaba sus hilos. El presidente norteamericano
inició las negociaciones para salirse de Panamérica, apoyado por el voto
popular, y el hombre de oro supo que era momento de poner su plan de
contraataque en funcionamiento. Interpol había gastado millones de euros y
pasado más de tres años persiguiendo a un grupo de terroristas islámicos que
luchaban por la soberanía de sus países. Wild les localizó en dos días por sus
propios medios. No les neutralizó, ellos eran exactamente lo que necesitaba. Experimentos
en lavado de cerebro. Le obedecerían ciegamente y llevarían sus deseos a la
realidad. Les puso a prueba enviando a uno de los suicidas para matar al
presidente Truman. Wild aprovechó la oportunidad para culpar a Draxler del
crimen y solicitó, nuevamente, la creación de un ejército mundial, sin soberanía
ni nacionalismos, argumentando que la amenaza extraterrestre aún estaba
latente. Su mensaje fue transmitido por todos los canales en las televisiones
holográficas de millones de hogares y, como siempre, doc Wild permaneció en las
primeras páginas de todos los diarios. Tras una década de continua paz, y los
mejores estándares de vida en la historia, Jack continuaba odiando la política y los discursos. Asarlai, acostumbrada a sus actos de desaparición, tras cada
discurso, le esperó en su jet personal en el aeropuerto.
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Doc Wild y los diseñadores
Doc Wild y los diseñadores
Por: Juan Sebastián Ohem
Roman Deveroux, el presidente
francés, era un hombre de sueño ligero, aún así no escuchó a Doc Wild, el
hombre de oro. Confiado en sus guardias de seguridad reposaba tranquilo a un
lado de su esposa. Escuchó los ronquidos de su esposa y no pensó mucho en el
asunto, estaba casi despierto, casi capaz de recordar que su esposa no roncaba.
Un detalle minúsculo, pero unos segundos después escuchó lo que le pareció ser
una silla y al abrir los ojos se vio cara a cara con el hombre de oro. Jack
Wild le hizo una seña para que no dijera nada. Roman Deveroux estaba muerto de
miedo y también indignado. Wild se movió con la velocidad de una cobra, en una
fracción de segundo logró colocarle algo en la cabeza que parecía una diadema
y, antes que el presidente pudiera reaccionar, sintió el cañón de una pistola
contra sus costillas. Wild encendió la luz de su buró y sonrió.
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Doc Wild y los mundos posibles
Doc Wild y los mundos posibles
Por: Juan Sebastián Ohem
Tres años habían pasado desde que
Herman Draxler tratara de conquistar al mundo. Jack cargaba con el
remordimiento de conciencia sobre sus hombros cada vez que veía a un monumento
a los caídos. Había sido la única manera. Lo había pensado desde todos los
ángulos posibles, y aquella era la única terrible manera. Se había hecho pasar
por su mejor amigo para mostrarle al mundo el horror de la guerra. Tres años en
que el mundo saneó sus heridas, en que poco a poco todos cedieron al
federalismo internacional. Había algunos que lo querían a él para dirigir a
todas las naciones de la Tierra, pero ése no era el objetivo del federalismo
internacional. Ahora que las naciones se unían en un foro para resolver
disputas, el edificio de las naciones unidas en la reconstruida Nueva York
tenía una gigantesca estatua de oro macizo con la forma de Jack Wild, el hombre
de oro. Al pasar por el lobby y ver la ciudad le inundaron los recuerdos de la
guerra, de las víctimas, de los millones de muertos que habían hecho posible la
paz duradera. Jack odiaba esos eventos, prefería su estudio en el polo sur,
pero Asarlai había insistido. Se cumplía un año desde la creación de las
Organización de las Naciones Unidas y todos esperaban un discurso. Él odiaba a
la política, pero sabía que el diálogo era mejor que la guerra. Él, destructor
de mundos, lo sabía muy bien.
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Doc Wild y el hombre que quiso conquistar al mundo
Doc Wild y el hombre que quiso conquistar el mundo
Por: Juan Sebastián Ohem
1938:
Los guardias bostezaron al unísono y
se dedicaron una mirada cómplice. No podían creerlo, pero la parte más difícil
de asegurar el perímetro del laboratorio armamentístico era el blanco. El
blanco del suelo y el blanco en el cielo. Los blancos se fundían en uno solo y
varias veces se restregaron los ojos sólo para saber si no habían quedado
ciegos. No habían visto a nadie y estaban confiados que nunca lo verían, pues
nadie buscaría el laboratorio secreto a la mitad de Siberia. El frío ya no le
molestaba, era el intenso blanco todo el día, todos los días. No importaba la
hora, era primavera en Siberia y el sol podía quedarse en el cielo por días.
Nadie más sabía del complejo, además de algunas figuras en la KGB y Stalin en
persona. Los guardias bostezaron de nuevo y permanecieron de pie frente a la
sólida pared de acero. No escucharon nada. La nieve mataba todos los sonidos.
No le escucharon ni cuando se paró entre ellos. La figura de blanco se movió
rápido. Antes que cualquiera de los dos notara algo el hombre les mató con un
cuchillo. El blanco se manchó de rojo y dos soldados cayeron muertos.
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La muerte roja: Tarántula
La muerte roja: Tarántula
Por: Juan Sebastián Ohem
Los tres maleantes terminaron de
deshacer el muro. La bóveda se encontraba expuesta. Se hicieron a un lado para
que el nuevo trabajara con ácidos y soplete. Le decían Nosferatu, por las
largas orejas. Algo en él no encajaba, pero el jefe Alfons Taglia había dado la
luz verde. Era eficiente también, abrió la pared de la bóveda lo suficiente
para una persona. Sacos y maletas llenas de dinero. Todo sonrisas y júbilo. Un
trabajo bien hecho. Eso, hasta que el Nosferatu sacó el arma y los mató a
todos. No podían creerlo, nadie traicionaba a un Taglia, pero el nuevo tenía
algo que les distinguía, y no era sólo su deformidad. El nuevo ya estaba muerto
y olvidado. Patrick Belmont despertó cubierto en sudor. El sueño tan tangible
como la realidad misma. Tenía que encontrar al olvidado, regresarlo a Undercity
de un balazo.
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El carnaval del diablo
El carnaval del diablo
Por: Juan Sebastián Ohem
Dudley Alflatt era bien conocido en
la taberna del león, gastaba las pocas monedas que ganaba en cerveza y juegos
de azar. Ésta noche, sin embargo, era diferente. Ésta noche era una celebración,
el décimo aniversario. Bebió un tarro tras otro, no creía en maldiciones, pero
sí tenía miedo. Aquella noche, diez años atrás, le habían marcado para siempre.
Sus amigos se cansaron de él rápidamente, no dejaba de hablar del judío. Cabeza
contra el mostrador de pino y su mirada vagando por las llamas de la pira en
medio de la taberna, tarro en mano. Entre dos le cargaron un par de cuadras
hasta su casa. Se trataba de una casa humilde, construida con piedras y
argamasa, con un techo de madera y paja. Tenía pocas comodidades y le dejaron
tirado sobre el cúmulo de paja en la que solía dormir. El tabernero, un grosero
y corpulento hombre con un ojo de madera hizo las cuentas y, cuando era momento
de cerrar, se dio cuenta que nadie había pagado por Dudley Alflatt. Decidido a
cobrar su dinero caminó hasta su casa y al verle por la ventana el tabernero,
quien pocas veces en su vida había sentido temor, se puso pálido, como si viese
un fantasma. Y en cierto modo lo hacía. Dudley Alflatt estaba colgado del
techo, sus ropas cortadas y brutalmente golpeado. Tenía una marca, como la del
ganado con el número XIII. La voz se corrió por Doncaster, primero entre los
asustados vecinos y luego por los soldados de pesados cascos de metal y cuero.
La noticia llegó una hora después a la corte del lord Kendall. Escuchó la
sombría noticia y asintió con gravedad. Había empezado. Sus hijos, el barón
Kirby y los soldados esperaron por una orden. Lord Alexander Kendall se aclaró
la garganta.
-
Traigan a Kenway.
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El barco de los idiotas
El barco de los idiotas
Por: Juan Sebastián Ohem
Thomas Kenway no podía quedarse en
el mismo sitio por mucho tiempo, terminado el invierno decidió viajar al norte.
Fue aceptado por un grupo de comerciantes y viajó entre los barriles de aceite
de oliva y las cajas de carnes. En su soledad le acompañó otro comerciante
quien tenía ganas de platicar. Arribaban al condado de Westmor, un lugar
próspero para los comerciantes itinerantes como ellos. Kenway se asomó entre
las cajas cuando la carreta fue descendiendo de una alta colina. A lo lejos
podía verse un pequeño castillo, una villa separada por un río y un
asentamiento del otro lado del río que era tan ancho que tenían un barco en el
muelle. El comerciante ya había escuchado las noticias sobre la terrible
batalla que había ocurrido hacía unos pocos días. Westmor estaba dividida por
el río, y por la sangre. De un lado estaban los Dane, familia de antiguo
linaje, y del otro lado del río los Calum, poderosa familia ganadera que había
llegado hacía una generación y competían por orgullo y por dinero. Kenway gruñó,
esperaba un verano tranquilo, pero el Señor tenía otros planes para él. Se bajó
de la carreta, agradeciendo la caridad de los comerciantes y caminó por la
villa. La mayoría de las casas eran de piedra y con techos de pasto o paja.
Algunos edificios de dos pisos, con yeso y tabique ocupaban el centro de la
villa, sin duda las propiedades de la familia Dane. Kenway preguntó por una
posada y le dirigieron a una casona de madera y yeso, con dibujos de
cervatillos y cazadores.
Los signos de la batalla eran evidentes.
A lo lejos, en las colinas antes del río, se encontraba un granero que había
quedado reducido prácticamente a cenizas. Podían verse signos de incendio en
otros edificios, pero la marca distintiva era la propia población de Westmor.
Pocos eran los siervos que no portaban alguna clase de arma. Los extensos
campos de cultivo, a las orillas del río habían sido incendiados y el ambiente
era tenso, como la calma antes de la tormenta. El cementerio, en el otro
extremo de la villa tenía muchas tumbas recién cavadas, e incluso podían verse
los montículos de tierra típicos de las tumbas clandestinas para quienes no
podían pagarse una parcela, o para los desconocidos. Un villano chocó contra su
hombro, podía ver el fuego en sus ojos y el cuchillo en su mano. Kenway le
siguió, pero el villano echó a correr y atacó a otro por la espalda,
acuchillándole hasta matarlo.
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La maldición de la gárgola
La maldición de la gárgola
Por: Juan Sebastián Ohem
El obispo de Ackland viajaba
constantemente, pero su mirada, incluso el ojo en su mente, nunca se apartaba
de la magnífica catedral en el feudo de Fairfax que ya llevaba 25 de
construcción. El duque Frederick Alwin, quien podía verla desde su alto
castillo, regía los años de su vida conforme la construcción avanzaba, de los
cimientos hacia arriba. No la vería terminada, su hijo mayor Victor
probablemente tampoco, pero tenía la esperanza que su hijo menor, Mallory
podría verla terminada, quizás en su vejez. Siempre había problemas, los
obreros de la guilda, secretivos por naturaleza, parecían tener siempre algún
motivo de queja. Algunos decían que la cantera de Francis Woodmarch era
demasiado cara, otros que los accidentes eran continuos y demandaban reparación
del duque. El duque, por supuesto, se negaba a ceder. Si la guilda de masones
deseaba conservar su secretismo profesional, y espiritual, entonces se le hacía
justo que también se ocuparan de sus propios problemas.
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El aquelarre del minotauro
El aquelarre del minotauro
Por: Juan Sebastián Ohem
Patrick Medwin cruzó las sucias
calles de la villa hasta su casa, en las colinas. Podía tener una casa mejor,
una más cercana al casa del lord Franning, pero él lo prefería hacía. Le
gustaba el aire fresco, casi tanto como la cerveza y el dinero. El prestamista
del feudo golpeó la puerta de su casa de piedras y techo de paja, esperando a
que su mujer le abriera y le ofreciese la cena. No obtuvo respuestas. Se asomó
por las ventanas redondas, pero todas parecían tapiadas. Patrick Medwin miró a
su alrededor, detrás de él las fogatas de la villa y sus pequeñas casuchas y
huertos, a lo lejos los campos del señor y su elegante castillo, pero a su
alrededor todo lo que podía verse eran bosques y una densa niebla que descendía
de entre los árboles espectralmente iluminados por la luz de la luna. Forcejeó
contra la puerta hasta que consiguió abrirla y escuchó los gemidos de su mujer.
Estaba amordazada, podía verla del otro lado de la casa, apenas apoyada sobre
una silla y con una soga al cuello. Tenía una mordaza en la boca y lágrimas en
la boca. Los muebles hacían ahora de barreras, su mesa, hecha pedazos, le
impedía atravesar la sala, los alambres con cuchillas protegían el corredor de
las habitaciones. Buscando frenéticamente un reducido espacio entre las maderas,
afiladas y puntiagudas que hacían de corredor, trató de salvar a su mujer.
Luego de pasar por un pequeño laberinto, cortándose los brazos y rasgándose las
ropas se topó con que su mujer estaba del otro lado de pesados maderos con
picos, largos clavos que le impedían empujarlos. Existía, sin embargo, un
reducido túnel de metal que llevaba hasta la débil silla de la que la vida de
su esposa dependía. Se tiró al suelo y comenzó frenéticamente a moverse a
rastras. El suelo tenía lijas y cuchillos que traspasaban sus ropas, pero ya
casi podía tocar la silla, salvar a su esposa. Una reja se cerró frente a él,
empujada por un invisible mecanismo, y la placa de metal detrás de él hizo lo
mismo. Medwin se encontraba en una caja de metal que fue jalada, desde afuera de
la casa, por una poderosa polea. La caja salió a la colina y, de un empujón, se
fue rodando violentamente, las cuchillas desangrándole y torturándole hasta que
finalmente se estrelló contra un pino, la caja se deshizo y el prestamista
estaba muerto. Una hora después, cuando un vecino alertó a las autoridades, la
esposa no pudo describir al asesino, a excepción de un detalle, el hombre tenía
la cabeza de un toro.
El león, la peste y el carnicero
El león, la peste y el carnicero
Por: Juan Sebastián Ohem
Lukas Doyle nunca llegaba tarde a su
trabajo, lo tomaba como un gran orgullo. La gente de Albion, se decía, era
precisa como un reloj. Más aún en la capital de Londus, al norte de Salem,
donde el río Tames atraviesa la ciudad como una arteria cargada de barcos
comerciales pequeños. Aún así, le gustaba caminar. La isla preexistía a su
azaroso descubrimiento, naturalmente, para los verdaderos hijos de Albion, la
ciudad de Londius era tan antigua como Königsport, la capital del reino del
Miskatonic y, por supuesto, más importante que la adinerada Dunnwich al norte
del reino continental. En poco más de una década una ciudad de un millón de
almas había erigido grandes edificaciones y adoquinadas calles. Lejos estaban
las megalíticas construcciones de Königsport, con sus cien mil habitantes en
góticas edificaciones separadas por niveles y organizadas por zepelines de
riel, elevadores y globos aerostáticos. Londius tenía un cielo estrellado y sus
edificios rara vez pasaban de los diez pisos. Más aún, ya era vieja por el
musgo entre los ladrillos de los edificios, por la lengua vernácula de llamar
“bobbies” a los policías debido a sus redondos bombines que tenían por
sombreros. Tenían sus propias tradiciones, té a las cinco, los tesoreros y
banqueros siempre de traje tweed de terciopelo negro, paraguas montado a la
izquierda, diario financiero a la derecha.
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El increíble viaje de Marcus Polun
El increíble viaje de Marcus Polun
Por: Juan Sebastián Ohem
1 Marzo año 15 de Wercer
Este
es el diario de Marcuss Polun, navegante y comerciante. Mi viaje será largo,
como larga fue la preparación, pues dignatarios han sido enviados hasta las
regiones más remotas del nuevo continente. Mi misión me alejará de mi hogar por
varios años me temo, de modo que he decido iniciar este diario. Hemos zarpado
ya de Aquileia, la ciudad en el mar. La joya de los Barsel y la ciudad del
comercio. A lo lejos, desde las redondas ventanas de mi camarote se aprecian
las flotillas comerciales con las banderas de Cthulhu. La dinastía Wercer controla
el mar y el comercio, aún así hemos oído de reinos mil veces más ricos y mil
veces más poderosa. Mi misión, si he de llevarla a cabo, tendrá un informe de
tales rumores.
Los
días se hacen cansados en altamar. La nave, de la pesada madera únicamente
conseguible en los bosques norteños de nuestro reino se mueve poco, pero anoche
hubo una tormenta y no conseguí conciliar el sueño. Decidí salir de mi refugio,
mi lujoso camarote, para charlar con los viajeros. Comerciantes, en su mayoría,
y de charla vana y aburrida. Noté a un joven, no más viejo que yo, que parecía
haber abordado el barco sin papeles. Su figura me pareció escandalosa, pues
semejante trasgresión no solamente era moralmente reprochable, sino que parecía
lanzarse a una aventura desconocida.
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Fiebre Cyberpunk
Fiebre Cyberpunk
Por: Juan Sebastián Ohem
El
tráfico era brutal, como todos los días en Neopilos. Esteban Rodríguez no
habría jalado la cadena en el techo de la patrulla de no ser que la víctima aún
vivía. Jaló la cadena, se encendieron las sirenas en el techo y en los lados.
Adiós tráfico de la tercera línea. El espacio estaba prácticamente desierto, a
excepción de las ambulancias y otras patrullas. Mi compañero Esteban, alias
Chico, conduce como un maniático. Los edificios están repletos de callejuelas
que nuestra computadora puede medir a la perfección. Nunca toma las rutas
preferenciales, como cualquier otro detective sabe que tales rutas son una
broma pesada de algún programador sádico. La concha no deja sonar. Montado en
mi oreja izquierda, como una concha de mar con antenas, cruje las órdenes
policiales. Neopolis estalla en actividad. No somos suficientes, la familia
Guiness lo sabe demasiado bien. Asalto de rutina, cyberpunks. No lo digo en voz
alta Chico estudió sociología, es del tipo liberal, todo bonito y legal, yo soy
de la vieja escuela, de los apagones.
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El Hombre natural (Parte 2 de 2) Cyberpunk
Continuación de la primera parte
Siguió a los IC a través del
laberinto de oficinas y elevadores. La pirámide parecía infinita, y era apenas
una de cuatro pirámides. No sabía adónde iba, pero no estaba cerca de
estudiantes, eso era seguro. Las oficinas parecían más como laboratorios. Tenían
chips comunes y prototipos montados sobre cristales traslúcidos, rectángulos
que llegaban hasta el techo. Venas anaranjadas salían para todas partes, VX no
entendía nada de eso, pero los científicos parecían entusiasmados, al menos eso
mostraban sus detectores de emociones. IC-101 le mostró la máquina secuencial,
una alargada computadora digital que fácilmente pudo sincronizar a su holopad.
El lugar le era extraño. Había una silla, unos brazos mecánicos y lo que
parecían cañones de láser de detección montados en ángulo alrededor de la
silla. IC-101 le tocó el hombro y por un instante pensó que le habían atrapado,
que su hack no estaba a la altura de lo más avanzado de omnicorp.
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El Hombre natural (Parte 1 de 2) Cyberpunk
El Hombre natural
Por: Juan Sebastián Ohem
VX-301
sabía que, tarde o temprano, le rotarían de lugar asignado de trabajo. El
mensaje llegaría por mentalink y sería enviado a otro sector de ciudad 3. Por
ahora, sin embargo, se encontraba en el sector J-4. Sabía que la ciudad era
inmensa, no tenía idea de cuántos metros cuadrados se necesitaban para acomodar
a 30 millones de usuarios. El lugar era como cualquier otro, pero el trabajo
era ligero y le dejaba disfrutar de las alturas. Ya estaba cansado de trabajar
en el suelo, el concreto, el subsuelo repleto de luces y cables ya le habían
fastidiado. Ahora, en el sector J-4 trabajaba a 40 pisos de altura reparando el
termostato digital general. Los edificios, como de cualquier otro sector, eran
enormes pirámides repletas de foquitos, ventanitas muy pequeñas con balcones de
medio metro cada una y muchas antenas. Si el termostato digital estaba fuera de
sincronía unos dos mil usuarios podían pasar mucho calor, o mucho frío en sus
respectivos trabajos. El termostato era una computadora de un piso de altura,
adherido a la pared de la pirámide, tenía canales de acero que conectaban a las
distintas antenas del área que, visto de lejos, le parecían como un chip,
debido a la falta de curvas, todo eran líneas rectas y ángulos de 90 grados. No
trabajaba solo, nadie lo hacía, estaba con VX-302 y 303. Los VX eran
diseñadores de software y mecánicos, no era un mal trabajo para 301, aunque no
conocía ningún otro. Había sido asignado a VX desde antes que tuviera memoria.
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Tierra de sangre
Tierra de sangre
Por: Juan Sebastián Ohem
No
tenía mucho cuando llegó a Esperanza, Tamaulipas. Su auto robado, un viejo
Tsuru que se terminaba el último galón de gasolina. El güero se había terminado
su último centavo en comprarse unos puros pequeños y un nuevo encendedor. El
güero tenía sus propias prioridades. Él, sus botas, su sombrero vaquero, jeans,
chaleco de jeans con interior de lana gruesa y su revólver Smith & Weston.
No tenía nada más. Arribó al pueblo con sed, hambre y ganas de hacer dinero. Su
primera idea, vender el auto, se vino abajo rápidamente. Cruzaba una callejuela
del polvoriento pueblo cuando un grupo de muchachos le salieron al paso,
disparando contra el viejo tsuru. Le bajaron a golpes, riéndose de él. Podía
oler el thinner en ellos, sus ojos rojos y labios partidos. Estaban fuera de
sí, eran los lokochones y así lo expresaba el grafiti con el que habían marcado
la callejuela.
Frío como el diamante
Frío como el diamante
Por: Juan Sebastián Ohem
El
ángel, todos le decían el ángel. Ángel no estaba seguro que fuera su nombre,
pero así le decían. Alto, moreno claro y de ojos azules su madre decía que
tenía ojos de ángel. Le importaba poco su nombre, lo cual era irónico,
considerando que su vida giraba en torno a los nombres. Ahora tenía uno,
Emiliano Parra. Un maestro albañil, un mojado que se hacía llamar “el
contractor”, pues así le decían los gringos. No estaba en su casa. Había
desaparecido de la faz de la Tierra, pero no así su hermano Eduardo. Dejó atrás
esposa y una hija. Ángel sonrió, el rastro del hermano sería suficiente. Una
casucha en un pueblo perdido de Baja California Norte. Había sido una hacienda,
ahora quedaba el casco una villa que nadie visitaba. Se miró en el espejo antes
de bajarse del auto, sí tenía una mirada angelical, pero eso no contaba para
nada. Tenía dos automáticas plateadas, eso contaba para mucho. Sus botas no
hicieron ruido en la tierra. Brincó la barda y de una patada abrió la puerta.
Ahí estaba Emiliano Parra, muerto sobre una mesa, su hermano Eduardo le lloraba
a su lado, aferrado a su brazo. El ángel le mostró las culatas de sus pistolas
en el cinto, sólo por si acaso.
Los años de tormenta
Los años de tormenta
Por: Juan Sebastián Ohem
1.-
Pocos
entendían, o podían explicar, la manera orgánica que las guildas habían ido
tomando forma desde su autonomía, tras la gran guerra. La guilda de agricultura
estaba, en cierto modo, fraccionada por guildas autónomas. Alec Orss había sido
elegido democráticamente para formar parte de la junta directiva de la guilda
de especias y granos. Una guilda pequeña ubicada en la capital del reino del
Miskatonic. Se trataba de un edificio de tres pisos que parecía empotrado
violentamente contra la inmensa cuadra de veinte pisos, sostenida por sus
poderosas columnas y contrafuertes. La guilda estaba en el tercer nivel y el
edificio estaba del lado de la avenida que daba a la calle. Aquello era objeto
de gran reverencia, aunque cada hora pasaba flotando un zepelín de riel a
centímetros de sus ventanas. Aunque no se encontraban en los niveles
superiores, aunque estuvieran rodeados, de ambos lados, por la maraña de
tubería de vapor y tuvieran que soportar el constante ajetreo del tráfico por
pequeños camiones a vapor, todos los miembros se sentían orgullosos. El
descubrimiento del nuevo mundo, además, solidificaría a esa pequeña guilda,
quizás incluso reubicándola en los niveles más altos. Con algo de suerte y
podrían ver el cielo, en vez del techo de granito con sus lámparas de gas y
tungsteno.
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Tul-Yuga
Tul-Yuga
Por: Juan Sebastián Ohem
337 días antes de Tul
Afif
Hadad cuidaba de los caballos del calfa, no era una distinción muy grande, ni
su familia muy importante, pero al ser uno de los sirvientes que entraban en
contacto con el calfa Gamal y su familia llevaba, en su turbante, una gema que
podía valer más que su humilde casa. Se aseguraba, junto con otros sirvientes,
que los caballos estuviesen lustrosos y preparados. Aquellos eran, después de
todo, potente sementales del desierto. Todo el mundo sabía que los caballos
yitianos eran los mejores caballos del mundo. El establo del calfa y la familia
real era un majestuoso palacio para caballos. Rodeado por columnas en arcos de
herradura tenía amplias y coloridas bóvedas con espaciosos campos para
entrenarlos. Los caballos, pensó Afif, vivían tan aislados como la familia
real, y estos a su vez estaban tan aislados como todos los demás calfas, pues a
diferencia del imperio, la gente del desierto se dividía por tribus, calfas, y
la unión era más espiritual que real. Eran todos hermanos, o así se decían.
Descendían, después de todo, de Yith, el profeta. Adoraban todos a Chaugnar
Faugn, el elefante gigante de largos marfiles que estaban tallados con todas
las leyendas y mitos de la gente del desierto.
- ¡Afif!- Alaur entró corriendo,
sosteniéndose el turbante y levantándose la túnica verde para no ensuciarla.- Prepara
el carruaje de la princesa Qasima, hemos de ir por ella.
- ¿No te han dicho aún adónde
viajarán?- Aluar señaló sus piedras verdes, era más bien un sirviente
secundario.- Yo sé dónde encontrarla, he oído que mantiene un amorío.
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Vidas cruzadas
Vidas cruzadas
Por: Juan Sebastián Ohem
0.-
Dorian
se pasó la mano por el cabello negro y trató de calmarse. Vestía su traje
blanco de siempre, con una camisa negra y tenía una corbata roja. La había
encontrado, siempre lo hacía. Ella siempre se escondía, pero él siempre daba
con ella. La puerta estaba abierta, la casa estaba decorada era vieja,
española, con muebles cuya pintura se descarapelaba. Al centro de una sala,
rodeada de telas rojas, ella le estaba esperando. Era una mujer de cuidado,
Dorian lo sabía, podía ser dulce y tierna o enojarse fácilmente. Era hermosa,
aunque escondía su brazo izquierdo, y su mano, con una larga manga del vestido
y guantes, pues había quedado desfigurada. Dorian tomó una vieja silla, se
sentó contra el respaldo y se encendió un cigarro.
El profeta
El profeta
Por: Sebastián Ohem
La
cocina económica “El Negro” se hacía llamar la mejor comida de Uman, y aunque
todo el mundo sabía que era falso, el lugar era popular entre aquellos que
hacían su vida en la carretera. Todos los policías municipales comían allí, era
un buen lugar para que sus esposas pasasen tiempo con ellos. Sarah Pool hacía
lo posible por dejar a sus hijos bajo la supervisión de su hermana para verse
con su marido, Renato Montes, antes que él continuara con su trabajo. Renato
era el prototipo del policía, era un hombre corpulento y bigotón, con gafas de
aviador y constreñido uniforme oficial. Sarah lo amaba aún así, pues detrás de
esa cara de perro enojado se escondía un gigante dulce. Le pidió lo mismo que
el día anterior, y el día antes de ese, que ayudara a la familia de Humberto
Fuentes a ubicar al muchacho. Sospechaban que estaría en Mérida, la familia
tenía un negocio allí, pero no habían tenido noticias de él y ahora estaban
preocupados. Renato terminó de comer, besó a su esposa, prometió que iría a
Mérida para sacar respuestas y regresó a su patrulla.
Renato
manejó a Mérida, pero lo último en su mente era Humberto Fuentes. Lo único en
lo que podía pensar, era en Galván Puc. Se habían conocido en un bar hacía poco
menos de seis meses, él era un maestro de preparatoria, un joven moreno, ancho
de hombros y con labios abultados y ojos expresivos.
Momo: Los lujos que valen la pena
Los lujos que valen la pena
Por: Juan Sebastián Ohem
Antes:
Los
casos de amoríos son los peores, involucran mucha espera y aburrición. Aún así,
Bruno dice que lo siga, así que lo sigo. La necesidad es la madre de todas las
invenciones, pero el aburrimiento es la madre de toda filosofía. Bruno detesta
la filosofía, según él un detective privado nunca debe ponerse filosófico,
confunde su misión. Estaría de acuerdo, de no ser que Antonio Uc me ha hecho
esperar cuatro horas en mi auto, esperando a ver qué hora sale de su trabajo.
Estoy tentado a ir por él, a pegarle un par de bofetadas y arrastrarlo hasta su
amante, sea quien sea. Bruno me cortaría en pedazos, por no contar que mi
licencia de detective privado se haría polvo. Muchos exámenes para tener esa
licencia, la policía nos odia y se nota, es más fácil comprar un título de
medicina y hacer operaciones de corazón abierto que mantener una licencia de
detective privado con licencia para armas. Letras grandes y rojas “Beltrán y
asociados”. No hay asociados, no a menos que uno cuente su colección de discos
de blues y la cafetera. Yo no soy asociado, soy el novato que hace lo mejor
posible por no pisar sus agujetas y caer de bruces.
Caronte (Parte 2 de 2)
Continuación de la primera parte
1966:
Caronte
había aprendido, desde hacía años, la importancia del pensamiento lateral. Vudú
y Cobra le habían humillado, llevado al extremo y después partido en dos. Sabía
que podía encontrarles, pero sabía que era mejor jugarla a la segura. Sabía de
muchas casas destinadas al tráfico de narcóticos gracias a sus contactos en
“Segunda oportunidad” y pensaba haber descubierto el punto débil de Vudú, un
hombre que no parecía tener debilidad alguna. Caronte atacó su entrada de
dinero, primero las casas que hacían de bodegas para la heroína y marihuana, y
después con los camellos callejeros. El dolor seguía ahí, cada músculo de su
cuerpo parecía estar en llamas, pero Milton se había acostumbrado a ese dolor.
Su presencia opacaba los demás dolores, los más íntimos y poderosos.
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Caronte (Parte 1 de 2)
Caronte
Por: Sebastián Ohem
1946:
La
inestable tregua de la Junta admitía ciertos excesos a sus miembros. Las tres
familias que controlaban el crimen en Malkin, los Petri, los Andolini y los
Meneti, continuamente se pisaban los dedos, robándose mutuamente, extorsionando
negocios en territorios de otros o incluso el ocasional homicidio de un
soldado. La tregua, sin embargo era sagrada y se materializaba en los
restaurantes y bares de la mafia, que admitían a cualquiera y donde los
miembros de la Junta podían llevar a sus familiares sin temor a la violencia.
El Francis Lounge, en una noche cualquiera, podía tener tenientes y capos de
las tres familias, cenando con sus familias, unos al lado de otros. Las
diferencias se dejaban en la puerta, la tregua se respetaba. Los restaurantes y
bares no era lo único que se compartía, los mafiosos tenían amantes trofeo por
toda la ciudad, y en más de una ocasión la misma despampanante mujer podía
depender de un amante en cada familia. Cindy Jahelka era el ejemplo perfecto,
la modelo ganadora de innumerables premios de belleza, entretenía toda clase de
amantes y era conocida por su absoluta discreción. Es por ello que cuando Cindy
entró al Francis Lounge, todas las cabezas voltearon a la entrada. Vestida en
un entallado vestido plateado se paseó, de mesa en mesa, guiñando al ojo a
hombres casados y soplando besos a capos que se sonrojaban en presencia de sus
esposas.
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La guerra de los dioses
La guerra de los dioses
Por: Juan Sebastián Ohem
Prometeo
podía sentir la presión, como calor, llegando de todas partes. Mientras su
destartalado Toyota se abría paso por las oscuras calles de la madrugada de
Austin, su botín descansa en una bolsa de gimnasio en el asiento de al lado.
Sólo esperaba que todo valiera la pena. Acarició el bolso constantemente. Le
pareció que le hablaba, prometiéndole lujos y dinero. Lo único que no le decía,
era lo que podía hacer ahora. Sabía que lo perseguirían, de modo que necesitaba
un lugar donde ocultarse. No es fácil esconderse de la mafia en Austin, pero
siempre existe un lugar que es perfecto, el club nocturno “Hades”. No estaba
dispuesto a dejar el bolso en el auto, pero el cadenero, un sujeto insoportable
llamado Cerbero, no quería dejarle pasar. Persefone se asomó un segundo, y al
reconocerle ordenó que le dejaran pasar. Prometeo pidió hablar con Hades de
inmediato, Persefone ya se imaginaba por qué. Le condujo por la discoteca y
asintió cuando Prometeo señaló a los dos amantes en la pista de baile.
Imposible perderlos de vista. Afrodita era aún más hermosa de lo que las
leyendas decían, y su novio se destacaba como una enorme bandera de alarma. Era
un motociclista, chaleco de jean y todo. El musculoso y barbudo Freyr era el
alma de la fiesta en el Hades, pero sólo tenía ojos para ella.
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Las víctimas
Las víctimas
Por: Juan Sebastián Ohem
Era
imposible saber, cuando Félix Chab entró a la cantina a un lado de mi casa, que
estaría dando un tour guiado por el lado oscuro del amor. Se destacaba de la
clientela, pero sólo porque parecía aún más desesperado que los perdedores
comunes que frecuentamos el lugar. Mi licencia de detective privado no paga el
alquiler por sí misma. La licencia es sólo algo de sentido del humor. Mis
clientes nunca quieren que encuentre a su hijo perdido, tome fotos sucias de su
esposa con el repartidor de gas, ni nada como eso. Vienen a mí porque quieren
enterrar algo, casi siempre la verdad. Es un trabajo sucio, pero si sabes
bailar al son del juego del dinero puedes sobrevivir. El sol de verano de
Mérida es todo lo que te deja hacer, sobrevivir. La única casta que vale
realmente, árabe o español, se tiene aire acondicionado o no se tiene. Félix
estacionó su inmensa Escalade fuera del bar, él no sufría el calor veraniego,
pero sí sufría otra clase de dolor. Félix no era ni guapo ni feo, moreno de
mediana estatura y rostro anguloso. Se sentó en mi mesa sin saber qué hacer.
- El mínimo son tres cervezas.-
Félix le deja un billete de cien a la mesera y ella se va feliz. No hay mínimo,
pero la dueña me tolera más si le digo eso a mis clientes.
Sangre en la nieve
Sangre en la nieve
Por: Juan Sebastián Ohem
La
nieve cayó por días. La ciudad se congela para navidad. La gran separación.
Chimeneas, regalos y pavos para unos. Hielo en el asfalto y sangre en la nieve
para otros. Gordon Chester Trimble es de la segunda variedad. Santa Claus de
tienda departamental. Muerto en el callejón del bar “Congo”. A nadie le importó
en vida, a excepción del que le disparó por la espalda. Tiro a quemarropa.
Turno de cementerio. Todos se fueron a sus casas. El teniente se aseguró que yo
quedara a cargo. Los uniformados que lo reportaron tienen el mismo humor.
Muchos chistes de Santa Claus. Nos congelamos en el callejón mirándolo
lentamente congelarse. Gordon debía estar acostumbrado a que se rieran de él.
El peor de los pecados
El peor de los pecados
Por: Juan Sebastián Ohem
Del
escritorio del detective Larry Gustav Ozfelian.
Lo
optimistas dicen que vemos la realidad que creamos para nosotros, y los
pesimistas insisten que cada quien vive su propio infierno. Los dos están
equivocados, algunas veces la realidad no está en tus manos y algunos mueren
por acciones más oscuras que el propio infierno en el que viven. El teniente
del escuadrón de homicidios, Vincent Simone, no tiene tiempo para cosas como la
realidad o el infierno, es la clase de hombre que crea su propia suerte y de
alguna manera los demás tenemos que pagarle a la dama suerte. Caí en sus manos,
producto de un terrible final en mi asignación en anti-bandas. El teniente es
un cuervo que camina con las manos en la espalda y la espalda curva, es tan
frío que congela el verano. Me deja jugarla de oído, produzco resultados y eso
le gusta. Aún así, no comparto sus estándares de higiene, etiqueta y, sobre
todo, de sobriedad. Ya dejé de ponerle café a mi whiskey, arruinaba el whiskey.
La culpa es un juego peligroso, te consume hasta que no queda nada. La gente
común se destruye, yo quedo de pie como un edificio bombardeado, estable pero
vacío por completo. El whiskey no lo llenará, eso lo sé, tampoco los fiambres
que me tocan cada día. Lo que no te destruye te hace más fuerte, otra perla de
la sabiduría que es totalmente falsa. Lo fue para mí, lo fue para la víctima.
El teniente perdió la paciencia cuando Parks me llamó un vago alcohólico y sin
futura y me partí de la risa. Simone no es la clase de persona que te pone la
mano al hombro y te dice que te arregles, mostrar una emoción es demasiado
pedir. En vez de ello, me asignó un compañero.
La liga de las ranas
La liga de las ranas
Por: Juan Sebastián Ohem
Frank
Mercer conocía tanto del origen de la liga de las ranas como la prensa o la
policía. La voz se había corrido entre los vagabundos, existía uno que
comandaba a un ejército, un vagabundo millonario. Algunos decían, en susurros a
la mitad de la noche, que la Rana no era humana y que no podía morir. Otros, un
poco más sobrios, decían que era un mafioso que huía de su antigua pandilla y
que usaba su dinero para hacerse de una vasta red criminal con la cual
protegerse y hacer dinero. La prensa fue la última en enterarse, incluso cuando
la policía ya había levantado la alarma. A nadie le importaban los vagabundos,
y los primeros reportes de vagabundos organizados para asistir en planes
sumamente complejos para robar algún banco o liquidar algún mafioso, fueron
vistos con escepticismo. Después de todo, en la opinión popular, los vagabundos
eran los fantasmas urbanos que, de ser capaces de organizarse, pronto dejarían
de ser vagabundos. En ese verano, sin embargo, la ciudad entera no tendría más
remedio que aceptar que aquellos individuos lastimeros llegaron a tener la vida
de miles de personas en sus manos. En ese verano todos supieron de la Rana y en
ese verano todos temblaron de miedo ante la imagen de un vagabundo común.
Quienes habían sido dejados atrás por un sistema inhumano eran ahora los amos
de la ciudad y su destino sería elegido por los fríos corazones de quienes
habían sido rechazados tantas veces.
Pulpazoid!
Pulpazoid!
Por: Sebastián Ohem
Hank
se sintió extraordinariamente cómodo en la cama tamaño individual de sábanas
blancas, en su habitación de mosaicos blancos, con su ventana de madera
mostrando el amplio jardín de Restwood, instituto psiquiátrico. Sabía que la
comodidad se debía más a las drogas que a su situación, pues con tan solo
pensar en lo que le había ocurrido se volvía a tensar. Le parecían recuerdos
lejanos, gracias a las drogas milagrosas, y prefería vivir en la negación
ocupándose del tiempo presente. La enfermera se asomó sonriente y le dio la
señal a los doctores para que entraran. Reconoció a ambos, no había estado del
todo sobrio desde que le inyectasen aquellas drogas, pero recordaba ciertos
detalles. Recordaba con temor el extraño episodio que le hizo violento, recordaba
a los policías sometiéndole, a los robustos enfermeros de Restwood y luego a
los doctores inyectándole sustancias y conversando con él en una antesala. No
recordaba la conversación, pero recordaba bien que estaba lo suficientemente
drogado para sonreír a todo mundo.
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Los tres chinos
Los tres chinos
Por: Juan Sebastián Ohem
Del
escritorio de Larry Gustav Ozfelian
Los
marinos hablan de la calma antes de la tormenta. Un ambiente eléctrico de
ansiedad y malos presagios. Nadie en la ciudad lo entiende realmente. Cualquier
persona, buena, mala, miserable o noble, entiende más bien de un accidente de
auto. Cualquier persona en cualquier momento. No hay calma antes de la
tormenta. Hay sorpresa, miedo, el estertor del acero compactándose y la funesta
certeza del dolor que se aproxima. Encogemos hombros y sonreímos torcido, así
es la vida. Llega, te golpea y te deja sin saber por qué fue todo eso. Nadie lo
vio venir. Martin terminaba su casa de cartas mientras yo fingía terminar mi
papeleo. El teléfono sonó. No tenía idea de lo que estaba a punto de pasar. La
colisión de dos trenes. La única certeza es la duda. Es Jenny 9. Demasiada
historia entre los dos. Incendiaria y criminal de carrera.
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Jack Wild y la conquista del Vril
Jack Wild y la conquista del Vril
Por: Juan Sebastián Ohem
Jack
Wild estuvo en la portada de todos los periódicos cuando reveló al mundo la
existencia del Ojo de Horus y las demás naciones secretas. Gran parte del Ojo
de Horus ignoraba por completo sus operaciones en cubierto, sus asesinatos y
venta de armas, y doc Wild rápidamente se armó de un vasto equipo de
colaboradores. Convirtió la nación secreta en una logia dedicada a la
perfección física, intelectual y moral. Lo que la gente antaño sospechaba, que
las grandes compañías, así como las grandes naciones, estaban en contubernio
para hacer dinero sin importar los escrúpulos, finalmente tuvo fuertes
evidencias y en menos de un mes Jack había diezmado el poder de lo que quedaba
del Ojo de Horus. Prácticamente todas las naciones del mundo habían hechos
tratos corruptos con ellos, habían armado a soviéticos y fascistas por igual,
habían consolidado plutocracias en Estados Unidos y manejado una amplia red de
asesinos a sueldo para mantener ciertos regímenes en los países pobres. La
atención que los medios, y el público en general, no se comparaba con la
atención que recibía de los líderes mundiales. La guerra había estallado y los
inventos que el Ojo de Horus, la mayoría creados por su padre o por él, se
volvieron el centro de un huracán diplomático. No pasaba un día sin que algún
emisario tratara de comprar el intelecto del hombre de oro, o sus armas, ni
pasaba un día sin que otros emisarios lo amenazaran de una forma u otra. El
gobierno de Estados Unidos trató de incluir a doc Wild al gabinete presidencial
con tal de poner sus manos en sus invenciones, pero cuando Jack se reusó el
gobierno amenazó con clausurar sus logias del Ojo de Horus. El secretario de
Estado Cordell Hull se presentó en su penthouse en Nueva York, en el edificio
Chrysler sin avisarse y trató, por más de dos horas, de convencer a doc Wild a
seguir órdenes.
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El regreso de Doc Wild
El regreso de Doc Wild
Por: Juan Sebastián Ohem
Jack
Wild pasaba sus días y sus noches en un sórdido bar de Pontianak, en Borneo. El
edificio de tablas de madera parecía inacabado, las torrenciales lluvias
selváticas se filtraban por entre la mal colocada paja del techo y, de no ser
porque tenía cuartos secretos para jugar apuestas de alto calibre nadie lo
visitaría. Se rentaba un cuarto en el bar, y repartía las ganancias con el
dueño, un asiático con aspecto de ropero. Jack tenía talento para estafar en el
billar y en las cartas, pero también tenía talento para enojar a los mafiosos
que estafaba. Varios matones habían tratado de recobrar su dinero, pero Jack
también tenía talento para la violencia. Ludia Katsu se había enamorado de sus
muchos talentos. Jack conoció a Ludia en la selva, un grupo de cazadores la
atraparon robando y decidieron cazarla a ella. Ludia Katsu era una ladrona
profesional, hija de un mercader japonés su delicada belleza cautivaba todas
las miradas de Pontianak y escondían sus conocimientos en artes marciales.
Ludia había conocido estafadores, jugadores, y toda clase de fauna ilegal, pero
nunca había conocido a alguien como Jack Wild. El joven rubio y apuesto, de
físico atlético y mirada inteligente, se esforzaba mucho por ser un tipo duro,
pero era obvio que debajo de la superficie era un hombre de buen corazón.
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La casta de Yug
La casta de Yug
Por: Juan Sebastián Ohem
El
lechero del edificio König en la calle Dreiberg repartió las botellas de leche
y recuperó las vacías de departamento en departamento. Tocó la puerta del
departamento de Linda Peter, aunque no tenía por qué hacerlo. La había visto en
un par de ocasiones y su belleza le había impresionado en gran medida. La
puerta no estaba cerrada y se abrió lo suficiente para incitar su natural
curiosidad. Asomó la cabeza como los gatos suelen hacer y el espanto de lo que
vio le golpeó con tanta fuerza que retrocedió torpemente, soltando las botellas
de leche y tropezando al suelo. Sus gritos alertaron a los vecinos, quienes
llamaron a la policía y su natural decencia impidió que los vecinos se asomaran
a ver el estado en que había encontrado a Linda Peter. La policía inspeccionó
el lugar y le agradeció el haber impedido que los vecinos se entrometieran. Le
exigieron que se quedara sentado en la escalera mientras llamaban a una unidad
especializada. Agentes de la S.S., marchando en sus impecables uniformes grises
miraron el interior, dieron un silbido y le informaron al lechero que tenía
prohibido hablar de lo que había visto. Le amenazaron enérgicamente,
advirtiéndole que si su memoria no borraba esa imagen inmediatamente le
detendrían indefinidamente hasta que el caso se resolviera. El lechero, aún
horrorizado asintió con la cabeza y se marchó tembloroso. Los agentes entonces
procedieron a llamar a los hermanos Müller, los agentes especializados en los
casos que el partido nacionalsocialista no podía admitir que existieran. Los
hermanos, aunque registrados oficialmente con la S.S., carecían de división
propia y conocían bien la importancia de su labor.
El monstruo de Bucarest
El monstruo de Bucarest
Por: Juan Sebastián Ohem
I.- 1941:
El
inevitable paso de los siglos y las incontables calamidades que azotaron
Bucarest, y toda Rumania, empujaron sus episodios más temibles hacia el olvido.
Aquello que los hombres y mujeres del Bucarest del siglo XVI juraban no olvidar
jamás, inmortalizándolo en forma de aterradoras leyendas y exageradas
historias, no pudo resistir el titánico pasar de los sanguinarios eventos que
llevaron a la rústica villa medieval hasta la capital de una nación. Las
conquistas, reconquistas, crímenes y colosales guerras dotaron a las
generaciones de una bendita amnesia de todo cuanto fue innombrablemente
maligno, oscuro y sobrenatural. Hay algo en la realidad de la sangre derramada
en la calle, el olor de la pólvora flotando en nubarrones sobre las destruidas
casas y en los desesperantes aullidos de dolor de los soldados caídos que no
pueden sino sentar las mentes e imaginaciones en los horrores más naturales.
Fue así como el terreno, antes habitado por una pequeña capilla destruida en
1802, fue utilizado para construir una pequeña residencia que fue destruida
durante la primera guerra. Los escombros fueron recogidos con premura, como
todos los escombros de guerra son, por razones de salud emocional del pueblo.
Las modernas máquinas continuaron el proceso de remover la tierra, dejando un
patio baldío en un sórdido distrito citadino que no pudo reparar en lo que la
tierra estaba a pocos metros de escupir. Algo largamente olvidado que la tierra
ansiaba por escupir desde el oscuro infierno que le aprisionaba para deshacerse
de él de una vez por todas. La tierra tuvo su oportunidad en enero de 1941.
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