Eddie Lupino: La rabia del lobo
Por: Sebastián Ohem
Día en la corte. Asistente del
fiscal William Scalia lleva a juicio lo que cree que está en la bolsa. Negocia
sentencias casi siempre. Kyle Thomas era un caso seguro. Todo se desplaza para
favorecer acusados con abogados privados. Testigos pierden la memoria. La gente
olvida el encabezado. Se reduce a evidencias y testimonios de los detectives a
cargo. 12 jurados que nos llaman “cerdos fascistas”. Scalia me mira como si
trajera la peste. Jurados deliberan por dos horas. Kyle Thomas sale libre. La
chica a quien le aplastó el cráneo con el tubo es menos que un recuerdo. El
detective Elwood Collins me mira preocupado. Misma sensación que Scalia. Juicio
distinto. Keith Mayne, mafioso mediano, muchos testigos, una testigo clave,
mucha evidencia. Me llaman como supervisor del caso. El jurado escucha lo mismo
quince veces. Tienes que unirles los puntos. Los abogados son brutales contra
Elwood, no tiene el récord perfecto que se supone que todos tenemos. Nadie lo
tiene, si lo tuviera no podrías confiar en él. Llega el momento de la testigo
estrella, Amanda Culver, le vio en persona matando a tres pandilleros y robando
sus drogas y dinero. Scalia empieza suave y pronto suda. Amanda Culver cambia
versión. Nada de amnesia. Dice lo contrario, dice lo que la defensa necesita
escuchar. Receso. William Scalia no me mira como leproso porque me necesita.
Ahora soy su “paisano”. Ahora somos dos italianos luchando por salir adelante.
Quiero gritarle por arruinar el juicio de Kyle Thomas. Nada de encabezados con
ese. Keith Mayne es otra historia, podría darle una mejor oficina. Quiere que
siga a Amanda Culver, saber si le pagaron o la intimidaron. Pérdida de tiempo.
El daño está hecho. Acepto de mala gana para que me deba favores. Acepto porque
Elwood podría perder mucho si el mafioso lo demanda. Soy su sargento, soy su
hermano azul.