Atlas: La fundación genética
Por: Juan Sebastián Ohem
El entrevistador entró a la
habitación blanca de hospital y, dejando sus cosas sobre una mesa, le dio la
mano a Jason Ellis. El viejo tenía un brillo en los ojos cada vez que le
visitaban, aunque aquello raramente sucedía. Incluso si fuera popular en el
hospital probablemente no lo sabría, pues su memoria se deterioraba con el paso
de los días. Era perfectamente posible que le hubiese visto antes de modo que
fingió conocerle y le señaló el sillón a un lado de la mesa para que tomara
asiento. El entrevistador comenzó a grabar y Jason sonrió al adivinar el motivo
de su visita.
-
Me gustaría, doctor Ellis, si pudiera decirme a detalle su relación con el
doctor Robert Whalen.
-
Quedamos pocos.
-
¿Cómo dice?
-
Quedamos pocos que recordamos al mundo antes de la guerra mundial. Robert era
uno de ellos. Me preguntó qué será de Atlas cuando todos nos hayamos ido.
-
Los registros existen, pero… supongo que tiene razón doctor.
-
No podría decirle qué año es ahora, pero en cuanto a Robert… Siempre teníamos
que decirle “Robert”, odiaba “Bob” o “Bobby”. Incluso su esposa le decía
Robert. Pobre Nora, le oí decirle en más de una ocasión “doctor” y “doctor
Whalen”. Supongo que cuando te conviertes en uno de los padres fundadores
recibes cierta categoría hasta en su casa… Aunque claro, eso fue antes que su
matrimonio se fuera por el… Perdón, ¿quería saber algo en particular o…
-
Su relación con él, todo lo que recuerde, realmente.
-
Recuerdo lo suficiente. Yo tenía diez años menos que él, recién graduado cuando
la guerra empezó y todos fueron reclutados. Supongo que mi título me salvó… Mi
título y, por supuesto, el doctor Whalen quien vio algo en mí que nadie más
vio… Eso sólo hizo más trágico lo que pasó en… En fin… El doctor Whalen no
tenía hijos todavía, podía decirse que yo era lo más cercano a un hijo que
tenía hasta ese momento. Discutíamos por horas sobre los méritos y las
atrocidades de la eugenesia. ¿Quién se queda atrás?, ¿quién te da el derecho?
Todas esas preguntas académicas… Curioso, uno tiene tiempo para las preguntas
académicas cuando no hay misiles volando por los aires.
El doctor Whalen era un cartógrafo,
si me permite la expresión. Había descubierto el continente de lo que él
llamaba “logogenesia”, una nueva forma de eugenesia. No era un conquistador,
trazaba los mapas y nos invitó a ayudarle. “Una gota de sangre será la
diferencia entre la hambruna y la sobrevivencia” solía decir en aquel entonces.
El hombre era un alquimista, era movido por fuerzas más grandes que él mismo.
Alterar el genoma humano, terapia genética, ahora es tan común, pero en ese
entonces… No, en ese entonces muchos lo llamaban “monstruo” y “el académico más
peligroso de nuestros días”. Quizás tenían razón y yo estaba cegado por esa
aura que poseía. Sí, ellos tenían razón… Sin embargo, el que tuvieran razón
importó poco cuando los misiles cayeron y el fuego atómico redujo a millones de
personas en cenizas.
“Atlas era un sueño en aquel
entonces. La realidad del monstruo nuclear lo trajo a nuestro mundo. Fuimos
paridos por la tragedia… ¿Con qué derecho esperábamos otro final? El escudo
anti-misiles nos salvó la vida, la propuesta se hizo, las mentes más brillantes
empezaron a trabajar en una verdadera arca de Noé y el doctor Whalen, por
supuesto, fue parte de todo aquello. Le asignaron trabajar con armas
biológicas, trabajo que detestaba amargamante.
-
Podemos darles el fuego del Olimpo Jason, pero ellos prefieren las sobras.- Se
quejó amargamente. Ya estaba casado con Nora, yo aún no conocía a mi Eva. Nora
era muy paciente y sufría cuando él sufría. Odiaba la situación en la que
estábamos, como todos, pero al menos no trabajábamos en las fábricas, minas o,
peor aún, como soldados.- Trigo que soporte los climas más fuertes, que
requiera una décima parte de luz solar, eso deberían pedirnos. Si tuvieran más
de dos neuronas aceptarían mi proyecto de logogenesia.
-
Deberías insistir mi amor.- Nora cambió el curso de la plática y de la historia
con un simple comentario. Curioso, cómo las cosas más pequeñas pueden concebir
los cambios más radicaes.
“Así fue cómo, en los primeros años
de la guerra el doctor Whalen fue ascendiendo poco a poco. Si podía desarrollar
mejores plantas, ¿por qué no mejores medicinas? Y si eso era posible, ¿por qué
no mejores personas? Soldados alterados. Me da risa ahora, viéndolo en
perspectiva las rabietas que lanzó cuando le asignaron aquella tarea. “¿Qué no
ven que puedo darles algo más que humano?” y, como siempre, ¿de qué les
servirán los soldados cuando les caigan doce megatones encima?”. Tenía razón,
por supuesto. Soportar la radiación, células que no se disuelvan y material
genético que soporte lo que ningún ser vivo pueda soportar… Se necesitarían
décadas y Atlas, en ese momento, no tenía décadas. No, la guerra iba cambiando.
Iba empeorando. El doctor y yo trabajamos día y noche en mejorar a sus
soldados, pero Whalen tenía otros planes y era cosa de tiempo. El tiempo,
después de todo, estuvo de su lado… Al menos en ese momento. El edificio de
desarrollo biológico, lo que antes era la universidad, estaba lleno ese día.
Todos los que trabajábamos en los cientos de programas que el doctor Whalen
supervisaba atendimos a la reunión. No cabíamos, de modo que tuvimos que irnos
sentando cada vez más alejados del centro del podio desde donde hablaba.
Escuché a un general describirlo como “el ejército que sostiene al ejército”.
Eso éramos.
-
La logogenesia, referida comúnmente como eugenesia o terapia genética, no
ganará ésta guerra. Debe ser ridículamente obvio para cualquiera con el
suficiente sentido común que los misiles reemplazarán a los soldados y el
escudo anti-misiles es nuestro recurso más precioso. Más que el agua, damas y
caballeros. Atlas sobrevive, pero ésta es una guerra de trincheras, si se me
permite la expresión. No se trata de quién puede lanzar más misiles, estaremos
debatiendo eso en las siguientes décadas, sino de quién puede sobrevivir más
tiempo. Hemos cartografiado el mapa del genoma humano, está en nuestras manos
la preservación de la especie humana. Es un deber que no puede tomarse a la
ligera. Podemos hacer que cada persona en Atlas viva libre de enfermedades,
libre del miedo a la muerte. Podemos crear seres humanos que vivan cien años o
más, que puedan soportar casi cualquier virus o bacteria. Los debates han
quedado atrás, las implicaciones éticas tendrán que esperar a la época de paz.
Sobreviviremos sea como sea. Estoy hablando de terapia desde el útero de manera
gratuita y obligatoria.
“El debate se alargó hasta bien
entrada la noche. Por mi parte, quizás por inocencia o quizás porque estaba
hipnotizado por la vigorizante energía del doctor Whalen, yo estaba más
preocupado en el cómo llevarlo a cabo. No hay cabida para el error, pues
después de todo se trata de la supervivencia de la especie y millones de vidas
estarían en nuestras manos. Whalen dividió a todos por sectores y se reservó
para sí mismo una serie de proyectos secretos en conjunción con el ejército donde
trabajaba básicamente a solas. Le vi pocas veces en aquellos años. De hecho, el
trabajo me tenía absorto, a excepción, por supuesto, de Eva. Trabajamos juntos
y poco a pocos nos fuimos enamorando. Incluso nuestras pláticas durante el
tiempo de ocio eran referidas al trabajo. Ella y yo trabajamos en uno de los
proyectos de inmunidad a enfermedades. En dos años tratamos a más de dos
millones de personas. El proceso era más elaborado en ese entonces. No se
trataba de una inyección en una máquina, había al menos tres sesiones. Curamos
la mayor parte de las enfermedades hereditarias e hicimos que sus hijos fueran
resistentes a casi todas las enfermedades venéreas.
“No lo supe en ese entonces, pero el
doctor Whalen estaba igualmente ocupado. Había sido pronunciado uno de los
padres fundadores de Atlas, pero eso no disminuyó su carga de trabajo. Les
decía a todos, creo yo que incluso a Nora, que estaba ocupado desarrollando
tecnologías que nos harían más fácil el trabajo al resto de nosotros. Quizás
era parte de sus responsabilidades, pero había otra parte… Una mucho más
terrible y oscura que para siempre cambió mi forma de pensar acerca del doctor
Whalen. Tenga en cuenta que esto lo descubrí años después, incluso después de
casarme, revisando entre viejos archivos de trabajo. Lo poco que sobrevivió
cuenta una historia bastante terrible.
“El experimento “A-8901”, lo cual me
hace pesar que hubo miles de experimentos previos a ese con similares
circunstancias. El doctor Whalen reunía a 30 personas que él considerara
“indeseables”, los pobres, adictos o enfermos. Les sometía a dolorosos
tratamientos químicos, radioactivos y operaciones que muchas veces no empleaba
siquiera suficientes tranquilizantes. Ahora era más que un cartógrafo, ahora
era un conquistador y sus sujetos de prueba, sus conquistas, estaban marcadas
de horror y sangre. Muchos de ellos murieron días después, otros fueron bañados
en diferentes dosis de radiación hasta que la mayoría murió de distintos
tumores dolorosos al extremo, quienes sobrevivían su casa del horror eran
usados de nuevo en cámaras de gases. Treinta personas iniciaron el así llamado
“tratamiento” y dos sobrevivieron. El ejército le monitoreaba a cada paso, eran
libres dentro de un complejo militar desconectados del mundo. ¿A cuántos mató
Whalen y cómo pudo tener la sangre fría para hacerlo? Nunca lo sabré. Eso, como
dije, lo descubrí después.
“El resto de nosotros terminó casi
todo el trabajo y nos enfocamos a facilitar la terapia genética para que
futuras generaciones no tuvieran tantos problemas e inconvenientes. Nora se
embarazó, Robert me pidió que la atendiera personalmente. El doctor Whalen tuvo
a dos especímenes perfectos, Alex y Charles. ¿Había esperado hasta ese momento
para tenerlos? No lo sé… Quizás, después de todo habría sido ilegal hacerlo
antes de… Pues del fin del mundo. No lo pensé en su momento, claro está, seguía
un tanto hipnotizado por el genio de Robert Whalen. Para mí el hombre era un
genio, un visionario y un humanista. La primera, si se me permite la expresión,
rajadura en la armadura ocurrió en su casa y muy por accidente. Eva debió
decirle a Nora que yo se me sentía reemplazado. Hacía diez años el doctor y yo
discutíamos las teorías y complicaciones éticas de lo que ahora poníamos en
práctica. Ahora nunca le veía y, de no ser por el embarazo de Nora, no tendría
noticia alguna de él. Whalen nos invitó a Eva y a mí a una cena en su casa
donde me brindó todas las atenciones. Regresamos, en cierto modo, a esas
discusiones académicas, dirigidas ahora hacia la pregunta fundamental, ¿qué más
podemos hacer? Robert, por supuesto, ya había pensado en ello.
-
Jason, amigo mío, ¿tratas de decir que hay un techo a lo que podemos llegar? No
caigas presa del viejo adagio “el cielo es el límite”, ¿pues acaso no es sino
la antesala de algo más?
-
No le dé cuerda, doctor Ellis, mi Robert podría dar discursos de tres horas sin
cansarse ni una vez.
-
Tengo que admitir Nora, que ahora es demasiado tarde, el buen doctor Whalen
propone algo o está por hacerlo. En veinte años habremos erradicado todas las
enfermedades hereditarias, inmunizado a todos a prácticamente todas las
enfermedades conocidas y establecido la descomposición celular hasta después de
los 70. ¿Qué más podemos hacer?
-
Eso es lo que ya hemos hecho.- Robert sonrió con cierta malicia juguetona y
acarició la mano de su Nora con mucho cariño.- Adaptación, doctor Ellis,
adaptación. Ya hemos adoptado un nuevo calendario porque nos hemos adaptado a
la realidad en la que vivimos. Antes varias ciudades y campos formaban un
estado, varios estados una república y la maquinaria burocrática que enlazaba a
todos, una nación. Ahora nos hemos adaptado, como los antiguos, a una
ciudad-Estado. Es hora de adaptarnos nuevamente.
-
¿Cómo?
-
Las cifras no son oficiales todavía, pero lo serán en cuestión de días. La
gente no se enferma tan seguido, la gente está teniendo tantos hijos como
puede, están consumiendo el agua, la comida y… pues todo, Jason, consumen todo.
Antes no era problema, el ser humano se moría por ahí de los 70 o 90, si es que
no caía víctima de alguna enfermedad. Por no contar, claro está, con la
cuestión del espacio. La guerra nuclear nos roba demasiado espacio. El escudo
no pudo salvar a todos. Se avecina una crisis como la que nunca se había visto
antes. Simplemente somos demasiados y tenemos demasiado poco. Atlas podría
arder en los fuegos de la revuelta social.- Había algo en sus ojos. Una chispa
que no podría describir con otra palabra que no fuera… Malévola.- Tendremos que
adaptarnos a una nueva forma de vivir.
-
¿Qué forma es esa?- Preguntó Eva.
-
Las castas, naturalmente.
“¿Era esto lo que buscaba desde el
principio? Lo puedo preguntar ahora, ahora que sé lo que sé. ¿Había planeado la
crisis que daría paso a la sociedad de castas en la que vivimos hoy en día? Hay
días en que estoy seguro que sí, pero hay otros en que, quizás recordándole con
mayor cariño, prefiero pensar que no es así. En algo puedo estar seguro,
salvamos a la humanidad para condenarla después. La clave estaba, naturalmente,
en la decadencia celular. Aquellos considerados como importantes viven más,
mientras que los indeseados viven menos. La idea es normal ahora, pero Eva y yo
pasamos la noche en vela, llorando de a ratos. ¿En qué nos habíamos convertido?
Gente que crece dos años por cada año de vida que tiene en este mundo. Hay
gente que tiene mi edad y ha estado con vida únicamente cuarenta años o veinte.
Aquello marcó los siguientes veinte años.
“La crisis se manejó con la economía
de guerra. No necesitábamos soldados, ni enfermeros, ni artistas, ni generales,
necesitábamos ingenieros, expertos en tecnología y obreros. Los últimos, por
supuesto, eran para Whalen unos seres prácticamente innecesarios que podían
vivir unos treinta años y dar paso a su progenie. Los técnicos necesitaban
vivir más, enseñar lo que sabían, resguardar el conocimiento humano. Se habló
mucho, en esa época, sobre la sobrevivencia de la especie. Todos esos generales
y coroneles, toda aquella burocracia y maquinaria de guerra resultaba un tanto
inútil cuando lo que realmente se requería eran de misiles, miles de ellos. El
doctor Whalen tenía toda clase de excusas y frases preparadas para justificar
semejante horror. Solía decir que el sistema de castas, a lo largo de la
historia de la humanidad, ha sido la constante entre los antiguos precisamente
porque resulta más natural y orgánica.
-
No me lo vuelvas a pedir Jason.- Me decía Eva constantemente.- Yo sé que
nuestros hijos vivirían muchos años y que tendrían un buen lugar entre las
castas, pero ¿a qué clase de mundo los estaríamos trayendo?
“Poco a poco dejé de insistir y
empecé a pensar en ello. Tenía razón, no podía negarlo. La crisis de aquellas
dos décadas es a veces comparada con la de los 70’s y 80’s, pero me resulta más
amarga. Mirar a una persona a los ojos y decirles que sus hijos vivirán treinta
años, creciendo a un ritmo increíble para tener una edad relativa de 80 para
cuando cumpla 29 es una experiencia que no se la deseo a nadie. En los 20’s era
incluso más fácil forzar a la gente, empezamos a colocar detectores de ADN en
los edificios públicos y muchos otros lugares. Logramos en veinte años lo que
los más terribles dictadores de la Historia no habían podido hacer en todas sus
vidas, habíamos sometido a la población de una manera insospechada. La moral
nunca había estado tan baja, muchos se rehusaban a tener hijos y parecían
contentos de caminar hacia la extinción sin pensarlo dos veces.
“Me parece que Atlas habría caído
víctima de una masiva revolución en el inicio de los 30’s de no ser por los
Olímpicos. Uno a uno fueron apareciendo, casi de la nada. Para la gente común
era como si respondieran a sus plegarias. Lo entendí en su momento. Robert no
quería crear mejores personas, quería crear dioses. No estaría contento hasta
que llegara a un nivel superior al humano. Prácticamente me lo había dicho en
aquella cena, “No caigas presa del viejo adagio “el cielo es el límite”, ¿pues
acaso no es sino la antesala de algo más?”. Él había encontrado ese “algo más”,
el cielo era la antesala del cosmos y aquello no era sino la antesala de algo
todavía más grande. Robert Whalen, por todas sus fallas y terribles creencias,
no dejaba de poseer una ambición que haría que cualquier otro conquistador
pareciera un niño pequeño.
“Los Olímpicos, nuestros milagros.
Los oscuros secretos de Robert Whalen. Todas aquellas personas torturadas hasta
la muerte habían dejado a algunos sobrevivientes y estos habían tenido hijos
que difícilmente clasificaríamos como “humanos”. Finalmente lo entiendo, ¿qué
necesidad tendríamos de dioses si no conociéramos la verdadera desesperación y
el significado del dolor? Nuestros cielos son altos, pero sus fundaciones se
sostienen en huesos humanos. Siempre ha sido así, ahora de viejo lo entiendo.
No habría profeta sin mártir, no habría civilización sin barbarie. ¿Me hace
cínico o sabio, el saber eso?
“El doctor Whalen no podía estar más
feliz. El Olimpo pronto fue acompañado del Valhala y los Aessir. Trajimos el
fuego del Olimpo, a eso se refería el doctor Whalen. No solamente habíamos
recreado la sociedad, sino que le trajimos dioses. Panteones enteros para que
adorasen a su voluntad y antojo y según sus inclinaciones. Muchos eran más
rápidos que una bala, otros eran tan fuertes que desafiaban a la física, muchos
podían leer pensamientos, mover cosas con la mente, crear fuego a partir del
aire, habilidades que antes se reservaban a los mitos eran ahora realidades. El
impacto de semejante realidad se esparció por todas partes e incluso Eva y yo
veíamos a Robert con renovada confianza. Ya no era perfecto, pero seguía siendo
un admirable ser humano. Nos sorprendió trabajando hasta tarde y trayéndonos
café irradiaba como una madre que acabara de dar a luz. Eva y yo nos
encontrábamos terminando lo que ahora se conoce como la “librería genética”.
-
Existen regiones montañosas en este nuevo continente que hemos estado
explorando. Profundidades tan amplias que no conocemos cómo llevar luz y
alturas tan insospechadas que embotan a la razón. Imagina Jason, capturarlo
todo, tener una receta tan sencilla como la pasteurización, disponibles a
todos. ¿Por qué contentarnos con una sociedad humana cuando podríamos tener una
sociedad de dioses? Sin necesidad de comida, agua o incluso oxígeno. No hay
límites, mis queridos enamorados, no hay límites.
“Eran comunes aquellos estallidos
retóricos y no lo menciono como una curiosidad, sino para establecer una
comparación. En aquellos días había filas de personas, miles de ellas, que
deseaban tocar a los dioses, hablar con ellos, aunque fuera unos momentos. Se
decía que podían hacer cualquier cosa, que terminarían la guerra con un
chasquido de los dedos y que todo sería un paraíso. Eva y yo, sin embargo,
vivíamos en una burbuja. En ese sentido también Robert y su familia. Hacía poco
más de treinta años que la humanidad se había extinguido casi por completo y
ahora parecía que finalmente podíamos aventurarnos en pensar en algo más, en
desear algo, cualquier cosa. La realidad, sin embargo, es que Atlas sufría una
crisis económica temible, no había suficientes policías y juzgados y, por si
fuera poco, había una escasez de comida. La vida en la calle era muy distinta a
nuestra realidad protegida por los privilegios. El crimen era rampante y la
autoridad prácticamente inexistente. Atlas vivía una anarquía entre quienes
tenían todo y quienes tenían poco y nada. Robert Whalen era un padre fundador,
pero no era la máxima autoridad y, si bien consideraba a aquellos dioses como a
sus hijos, no eran de su propiedad. Los dioses tenían que hacer algo más que
pasar el tiempo en máximo ocio. Usarían sus habilidades para reestablecer la
ley y el orden. El gobierno había creado lo que llamaban “superhéroes”.
-
¡He dado a luz a dioses y se atreven a convertirlos en meros policías!- Robert
se encontraba inconsolable y Nora ya no sabía qué hacer. Nos había llamado para
hacerle entrar en razón, o quizás porque se había aburrido de tener que
soportar aquellos estallidos mientras cuidaba a dos hijos.- Los ridiculizan en
las calles y los ambiciosos adornan historias dibujadas. Comics, ¿puedes
creerlo? Son dignos de tratados filosóficos todos y cada uno de ellos.
Cualquiera de ellos vale más que toda la obra de Platón y Aristóteles, son la
perfección hecha carne, ¡me niego a que los conviertan en simples atracciones
de circo!
“Robert experimentó aquellas cimas y
profundidades en su estado de ánimo por años. La vejez me permite verlo de otra
forma, ¿de qué sirven los dioses si son ciegos, sordos y mudos? La gente les
rezaba para que reestablecieran la ley y el orden y eso fue precisamente lo que
hicieron. La crisis económica fue pasando, poco a poco, y junto con ella se dio
otro suceso igualmente importante. Fue en los 40’s cuando aparecieron personas
capaces de hacer lo que los dioses hacían. Se decía que eran bendiciones de los
panteones divinos, que quizás Zeus había tenido varios hijos con mortales, pero
mientras más les investigaba, más descubría sobre los experimentos de Robert.
Algunas personas sobrevivían o eran descartadas tras alguna falla mecánica y no
presentaban síntoma alguno. Las alteraciones, sin embargo, se encontraban en
sus genes recesivos. Sus hijos poseían aquellos extraordinarios poderes y el
ejército, al haberles considerado inútiles, no les habían monitorizado. Muchos
de ellos fueron bienvenidos entre los panteones, otros iniciaron los suyos
propios, más pandillas que otra cosa, y varios otros… Otros decidieron que sus
talentos podían hacerles ricos y rápido. Los dioses ya no peleaban contra
carteristas y mafiosos, sino contra personas que podían manipular la mente o
formar ilusiones. Nunca le dije a nadie de lo que había descubierto, ni
siquiera a Eva. ¿Trataba de protegerla de algo o estaba protegiendo a Robert?
No lo sé, pero mi silencio me hizo cómplice en la muerte de cientos o miles de
personas.
“Los 50’s trajeron nuevos
“experimentos fallidos” y, por supuesto, los pánicos radioactivos. El escudo
antimisiles estuvo a punto de ceder en varias ocasiones y la paranoia por los
saboteadores y traidores nos mantuvieron en línea. El miedo era palpable, incluso
en los laboratorios. Todos eran sospechosos, sobre todo la nueva ola de “homo
geneticus” como se les llegó a conocer. Los “alterados”, menos que dioses, más
que humanos. Cualquier comentario fuera de lugar de cualquiera de ellos y
firmaban sus sentencias de muerte. Whalen, por más que fuera el arquitecto
principal de la “nueva adaptación de la especie humana”, como lo llamó un libro
muy famoso en su momento, se quedaba atrás y caía presa del pánico muchas
veces. En el fondo me parece que la razón era más pueril. Podemos controlar el
color de cabello de una persona antes siquiera de la concepción, no podemos sin
embargo controlar la naturaleza humana. Robert sintió que había habido muchas
promesas en las primeras décadas, y ahora todo lo que veía era ganado
atemorizado por la paranoia y una naciente contracultura que no podía entender
en lo más mínimo.
-
¿Apuntaba demasiado alto?- Nos sorprendió una noche fuera de la casa con la
mirada triste y vacía. Le hicimos pasar, le serví algo de beber y empezaron así
los malos años entre él y yo. Los “años rocosos” como les llamó Eva alguna
vez.- Trabajamos día y noche pero hay algo… No sé, algo en alguna proteína del
código genético que hemos pasado por alto. Alguna molécula.
-
¿Sigues persiguiendo a tu “molécula divina”?
-
¡Por supuesto que sí! Tengo que hacerlo Jason, la humanidad depende de
nosotros. Depende de mí.
-
¿No se te ha ocurrido que podría ser algo más que orgánico?- La mirada de
ofensa que me dio fue como si le hubiera insultado gravemente. No lo pensé en
ese instante, lo hice horas después como es natural en el ser humano, pero
estaba hablando con alguien capaz de matar a mil personas para procurar a un
espécimen perfecto y, sin embargo, él era quien se ofendía y era yo quien debía
dar marcha atrás y disculparme.- Ya estamos terminando el verano de nuestras
vidas, si es que no estamos en pleno otoño de nuestras vidas Robert. Uno puede
ser un fanático en la universidad, pero a ésta edad hay que empezar a
contemplar las cosas bajo otro lente.
-
Tonterías Jason, el alma es una ilusión, no hay nada en el ser humano que no
pueda ser analizado a detalle a un nivel molecular e incluso atómico. ¿Dónde se
esconde ésta alma tuya?
-
Donde sea que no encuentres a tu “molécula divina”. Algo enteramente propio y
distinto de todo lo demás. Algo que sea aleatorio por completo. Si no fuera así
podríamos programar a las personas desde el útero para que posean ciertas
características psicológicas y carácter en vez del que desarrollan
naturalmente.
-
No.- Se puso de pie y me miró… Desilusionado, como no lo había estado desde que
olvidara estudiar para algún examen en la Universidad.- Te equivocas Jason, le
tienes miedo a lo que podría pasar. Siempre ha sido así. Siempre he tenido que
acarrearte gritando y pataleando hacia el futuro.
-
¡Robert!
-
Déjalo Eva, no tiene caso, deja que se vaya.
“Nuestra relación fue distinta desde
entonces. En ocasiones apenas podíamos soportarnos, mientras que otras veces
éramos como dos mejores amigos. Por un tiempo incluso trabajamos juntos en
nuevos sistemas de detección genética, a principio de los 60’s. La gente
empezaba a hacer trampa, pues había varios modos para engañar a los receptores
cuando se trataba de esconder drogas en la sangre o alguna malformación
genética que necesitase depuración. Hubo todo un debate sobre si deberíamos
alterar las moléculas celulares que se vuelven adictas a las sustancias ajenas
al cuerpo y, cuando se decidió que sí empezó la contracultura con uso de
drogas. La expansión de la mente y todas esas cosas. La gente caía muerta a
diestra y siniestra con tanta heroína y ácidos en la sangre que era poco menos
que un milagro que hubiesen durado tanto como para caminar unos pasos. Robert,
quien había apoyado la medida, como Eva y yo, se desilusionó mucho de las consecuencias
inesperadas. Aquel, me parece, fue el golpe que inició el principio del final.
Nora, y sus hijos Alex y Charles, debieron notarlo también pues constantemente
trataban de invitarnos a comer o a cenar con tal de subirle los ánimos a Robert
o bajarlos, según fuera el caso. Sobra decir que el doctor Whalen se dio cuenta
rápidamente y eso empeoró su relación conmigo y con su esposa Nora.
“Nos separamos nuevamente y le
veíamos cada vez menos. Había oído que se había tornado muy amargado. No se
había podido adaptar a la contracultura de los sesenta en lo más mínimo. Nora y
Eva seguían siendo amigas, aunque a Eva llegaba a cansarle, pues todo lo que
Nora parecía hacer era quejarse de su esposo. Mí Eva murió en aquel entonces,
éramos dinosaurios, los pre-alterados. Tuvo varias menciones en periódicos y
revistas y el gobierno se encargó del funeral. Robert llegó separado del resto
de su familia a darme el pésame. No pude seguir trabajando, usted comprenderá
que cuando uno se acostumbra a… Eva y yo pasábamos el día juntos, trabajo u
ocio, ella era mi mundo. No le veía mucho sentido el seguir trabajando si no la
iba a encontrar ahí. Los pocos amigos que tenía me dieron consuelo e incluso
Robert me visitaba de vez en cuando. Evitábamos tantos temas que muchas veces
compartíamos largos silencios incómodos. El tema favorito de Robert era su
nueva pasión por la apicultura que desarrollaba en paralelo a su trabajo
normal. Su amor por las abejas parecía reemplazar a su amor por Nora o su
extraño sentido del amor a la humanidad, completamente socavado por la
generación de hippies y la nueva crisis económica que, a diferencia de la de
los 20’s y 30’s no se terminaría en virtud de la creación de dioses.
“No me importaba escucharlo. La
verdad es que muchas veces prestaba más atención a lo que Eva habría respondido
que a lo que el doctor Whalen decía. Era obvio que, de vez en cuando, trataba
de interesarme de nuevo en el trabajo. Me hablaba a profundidad sobre su
convicción en una “molécula divina” y en el desarrollo de nuevas proteínas
complejas que, por su bajo precio, ayudaran a terminar con la crisis.
-
La abeja reina puede vivir hasta cuatro años, cuando no se modifican
genéticamente, me refiero. Me parece de lo más curioso…- En aquellos años era
dado a los silencios largos y contemplativos.- Si tuvieran la tecnología, de
algún modo, para que todas las abejas, incluso las obreras que viven 6 o 7
semanas sin duda la aplicarían. La colonia, después de todo, se beneficiaría.
-
¿Lo has intentado?
-
¿Con mis abejas modificadas? Sí, pero nunca funciona. La colonia empieza a
necesitar más espacio, más reinas y finalmente mueren.
-
¿Y si las abejas reinas fueran inmortales?
-
Mi querido doctor Ellis, me ha leído la mente otra vez. Logré que las reinas
vivieran por más de quince años, sigo esperando resultados. Obviamente los
militares quieren que haga pruebas para ver si pueden soportar radioactividad a
gran escala, pero todavía no tengo nada concreto. Han estado pidiendo
resultados en ese frente desde el principio.
-
¿Ni siquiera los Olímpicos?
-
No lo suficiente… Quizás fui demasiado ambicioso, o demasiado poco, ¿cómo sabe
uno en estos casos?
“Las protestas y la inconformidad
social no se curaban por la presencia de los dioses. Tanto era obvio incluso
para quienes, como yo, vivíamos alejados de aquellos problemas en torres de
marfil. El Hombre puede erigir monumentos a sus dioses y restregarse en el
fango para besar sus pies, pero en el momento en que no recibe lo que quiere
los niegan y vilipendian. Somos una especie de lo más curiosa. Por mí parte
dejé de prestar atención al mundo cuando varios de esos dioses y “homo
geneticus” se pusieron del lado de quienes protestaban. No sé, quizás me
quedaba cierto rezago de aquella visión del doctor Whalen como humanista
salvador de la humanidad. Me resultó imposible, por supuesto, seguir haciéndome
al ciego a principios de los 80’s. Sabe a lo que me refiero, “el error”.
“Me enteré, en parte, gracias a Alex
y Charles Whalen, quienes todavía me visitaban. Vivía prácticamente en la oscuridad
con mis modelos a escala y mis recuerdos de mi amada Eva. 12 millones de
personas habían sido detectadas con un “error genético”, como se le llamó desde
entonces. Vivirían diez años nada más, cada año sería para ellos como 8 o 9
años en edad relativa. No era suficiente tiempo para aprender nada, niños,
verdaderos niños atrapados en el cuerpo de un moribundo de 70 años. El horror,
el indescriptible horror… Maldije el día que nací y el día que empezaron a
volar los misiles. Maldije a Atlas y maldije todo lo que tenía cerca. Alex y
Charles pensaban que estaba por morir, que estaba teniendo un ataque cerebral.
“Sin perder ni un segundo me las
ingenié para entrar al laboratorio del doctor Whalen. Ya no más, ya no podía
seguir siendo su cómplice secreto. Debí anunciar sus experimentos hacía
décadas, pero ésta vez sería diferente. No me habría dado cuenta de no ser por
lo que dijo sobre las abejas. Las abejas obreras viven seis o siete semanas. Todas
las víctimas del supuesto “error” eran obreros. Robert Whalen cometió genocidio
como remedio contra la pobreza maldiciendo a 12 millones de seres humanos a una
tumba temprana. Prometeo cayó de su pedestal, el hombre era únicamente un
monstruo, un carnicero. Whalen era el titán contra el que los olímpicos pelean
para poder nacer. No era un “regalo”, como se le describió en su momento, era
una maldición.
“Logré demostrar los cargos con las
autoridades competentes. Robert Whalen se suicidó antes que fuera capturado y
todo el asunto fue enterrado. A usted no lo dejarían llegar hasta mí si no
supiera que el “error” era algo más que eso. Mi propia salud se vino abajo, no
es solamente la edad, tiene que entender que todavía me quedaba cierto amor por
el doctor Whalen. Le admiraba e incluso en su crueldad encontraba algo que
admirar. Agradezco que lo hayan tapado la verdad, no puedo ni imaginarme lo que
sería de Nora y sus hijos si supieran y Eva… En cierto modo es mejor que haya
dejado este mundo cuando lo hizo, antes que conociera lo que significa el
horror. Lo que significa ese abismo profundo al que Whalen había hecho
referencia aquella vez. Ni siquiera sé qué fue de su cadáver, pero espero que
lo hayan incinerado, pues temo que contaminaría todo lo que tocara. Si yo le
hubiera visto, le juro que lo mataba. Ese era Robert Whalen y que nunca se le
olvide.”
-
Gracias doctor Ellis, tengo todo lo que necesito con esto.- Se estrecharon la
mano y mientras el anciano maldecía a Whalen el entrevistador salió de la habitación
de hospital donde sus compañeros le esperaban.
-
¿Y bien?
-
No será un problema, tiene un pie en la tumba y empieza a olvidar todo.- Miró a
la puerta cerrada con la placa que leía “Paciente: Robert Whalen”.- Realmente
cree que es Jason Ellis. No recuerda haberlo asesinado, él es otra persona en
su mente. Será mejor cambiar la placa, el hombre de adentro habrá nacido con el
nombre de Robert Whalen, pero ahora es Jason Ellis y así será hasta que muera.
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