El mito del dragón y el lobo
Por: Juan Sebastián Ohem
Tyr miró su reflejo en la pantalla,
dándose cuenta por primera vez que parecía un pordiosero bañado en sangre. La
nave llegaría pronto a Targoviste en la luna Deimos de Marte. Se preguntó si
tenía miedo, si creía que su padre Sigurt había tenido miedo antes de ser
traicionado por su tío y asesinado por la Iglesia. Siempre había creído que su
padre no había sentido temor alguno, pero quizás eso no era cierto pues, aunque
la tarea que estaba dispuesto a hacer era desagradable y peligrosa, él temía.
No por su propia vida, había crecido sabiendo que eventualmente aún, siendo
príncipe heredero, moriría en cautiverio. Tenía miedo, sin embargo, que sus
motivos no fueran entendidos nunca. El sentido de su vida, aquello que le había
impulsado a vivir incluso en las peores circunstancias, debía quedar en claro y
los pueblos libres de Thule tenían que entender la causa por la que valían la
pena tantos sacrificios. Comenzó la grabación sin siquiera mojarse el rostro y
quitarse la sangre. Existían, entendía ahora y quizás en el fondo siempre lo
había entendido, horrores que el Hombre común necesita ver de primera mano.
Permaneció en silencio por unos segundos, no estaba seguro de cómo habría de
comenzar. Muchos advertían ya que la Iglesia de los dos Hermanos amenazaba con
destruir las viejas formas, otros, mal nombrados en su opinión “radicales”,
llamaban a una guerra abierta contra aquellos que eran igualmente capaces de
hablar de paz y amor entre los Hombres como eran capaces de quemar a los
“herejes” en hogueras. Decidió, al fin, contar su propia historia y dejar las
teorías para los académicos y diplomáticos.
-
“Mi nombre es Tyr, hijo de Sigurt, hijo de Siegfried. Mi padre fue traicionado
y asesinado en un intento por desestabilizar a Thule, pero la Iglesia no
contaba con que los pueblos libres de Thule estaban dispuestos a seguir a mi
madre, la reina Byr. Mis hermanos y yo pasamos varios años existiendo en
secreto, por temor a los asesinos de los Arcontes de Marte y a los Inquisidores
de la Iglesia. Llegados a edad fuimos presentados para el aclamo de los thules
e ira de la Iglesia que, en ese momento, amenazaba con nuestras colonias en las
lunas marcianas de Phobos y Deimos.